QUE SUSTENTAN EL SOBERANISMO CATALÁN
Y NO SON VERDAD10
.Votar si
Barcelona / Madrid Publicado por EL PAIS el 24 Sept 2017
Al morir
Carlos II El Hechizado (1700) sin
descendencia directa, se desató una batalla europea por hacerse con la Corona
de España. Los dos grandes candidatos eran Felipe V de Borbón (nieto de Luis
XIV de Francia) y el archiduque Carlos de Austria. Los Borbones pretendían la
hegemonía continental, aliando a España con Francia. Los austracistas contaban
con el apoyo de Inglaterra , secundada por los Países Bajos.
Lo que pronto sería
una cruenta guerra de monarquías también lo fue de proyectos: el librecambismo
anglo-holandés frente al proteccionismo fisiócrata francés; la burguesía
mercantil frente a la alianza de las aristocracias agrícola y cortesana; el
vago proto-confederalismo de Viena frente a la centralización absolutista
heredera del rey Sol; las periferias versus el centro de Europa.
Estas líneas
divisorias acabaron encontrando partidarios, fieles y servidores en distintos
lugares de la Península. Aunque fueron alianzas efímeras y variables, el reino
de Castilla sintonizó más con el envite francés; el Principado de Cataluña, más
mercantil, con las incitaciones austracistas.
Pero, al inicio, los
catalanes acogieron al Borbón con entusiasmo, como ha historiado el gran
especialista del momento, Joaquim Albareda (La
guerra de sucessió i l’Onze de setembre, Empúries;
y Política, economia i guerra,Barcelona 1700,
Colecció La Ciutat del Born).
En efecto, ante las
Cortes catalanas, reunidas en 1701 por vez primera desde 1599, ¡hacía un siglo!
(lo que indica que el sistema funcionaba a poco gas), Felipe juró las
Constituciones supervivientes de la Edad Media. Y otorgó un puerto franco a
Barcelona, licencia para dos barcos anuales a América y otras libertades
comerciales.
Pero, empujados por el
síndrome antifrancés desde la reciente y frustrante anexión a Francia (entre
1640, cuando el incompetente canónigo/presidentPau Claris
entregó el Principado a Luis XIII, y 1652, cuando, desengañados de París, los
catalanes volvieron a la Corona hispánica); por la invasión de manufacturas
galas y por algunas medidas despóticas del virrey, cambiaron de bando y se
entregaron al archiduque, que les abandonó para ir a Viena y coronarse
emperador.
Se había desatado una
guerra internacional doblada de guerra civil: francófilos contra austracistas.
Y una guerra civil dentro de la guerra civil: las clases industriales e
ilustradas, con los Borbones desde Mataró; los componentes más humildes de los
gremios, formando la Coronela, una milicia austracista derrotada y pasada a
fuego, en Barcelona.
No fue pues una guerra
de una nación contra otra, ni de independencia, ni de secesión, ni patriótica,
sino que las leyes y Constituciones catalanas antiguas se usaron por ambos
bandos como reclamo, lema, anzuelo o coartada cambiante. Trajo desastres, pero
no destruyó el Principado. El final de la guerra catapultó a Cataluña a la
revolución económica: primero agrícola-mercantil y luego proto-industrial, como
asegura el maestro Pierre Vilar en Catalunya
en l’Espanya moderna
¿ LA CONSTITUCION DE 1978 ES HOSTIL A LOS CATALANES ?
La Constitución fue apoyada por 2,7
millones de catalanes, el 91,09% de los votantes en el referéndum constitucional del 6 de diciembre de 1978 , dos puntos por encima de la media; la
rechazaron un 4,26%, frente al 7,89% de la media, con una participación del
67,91%. Fue, junto a Andalucía, la comunidad que más respaldo dio a la
Constitución.
¿ HA FRACASADO LA AUTONOMIA?
En el desarrollo de la
Constitución, el Estatut de 1979 (y su despliegue) estableció un
sistema de autogobierno sin parangón en la historia de España. La oficialidad y
el uso vehicular del idioma catalán permitieron su notable recuperación; se
avanzó en la corresponsabilidad fiscal y en la recaudación de impuestos (pese a
que el nacionalismo había rechazado al inicio de la democracia el sistema de
concierto); se administraron las competencias básicas del Estado del bienestar
(sanidad y educación), que fueron ampliándose a otras (prisiones, policía).
Y el aún más
descentralizador Estatut de 2006 todavía profundizó en ese
autogobierno. Incluso pese a que el Tribunal Constitucional lo recortó notablemente, en una polémica sentencia (2010) sobre un
recurso del PP que marcó un antes y un después en la percepción sobre el
(obstaculizado) encaje de lo catalán en lo español y sobre la (crecientemente
radicalizada) política nacionalista, que consideró roto el subyacente pacto
constitucional.
Aunque algunos de quienes más dicen lamentar lo que consideran la pérdida
del Estatut, como Esquerra Republicana, habían hecho campaña en contra y habían
pedido el voto negativo en el referéndum de 2006.
En cualquier caso, el
tamaño del desengaño y la desafección fue superior al de la poda hecha en el
texto: supresión de un artículo e incisos en otros 13 (sobre un total de 238) y
reinterpretación de muchos otros. Pero su alcance cualitativo fue superior al
cuantitativo: se descabezó la pretendida desconcentración del poder judicial y
se laminaron competencias financieras importantes, así como aspectos
simbólicos. En Cataluña se recibió lógicamente como un agravio que la legitimidad
del tribunal primase sobre la voluntad popular ya expresada en el Congreso y en
el referéndum previo a la sentencia.
Pese a esos reveses y
a una panoplia de leyes recentralizadoras introducidas desde 2012 por el PP, el
nivel de autogobierno alcanzado y consolidado en toda España (y singularmente
en Cataluña) no constituye pues ni pantalla pasada ni
motivo para pasarla. Al revés, incluso aunque pueda mejorarse, resulta
formidable en términos comparativos internacionales: España es el séptimo país
de la OCDE según el baremo del poder fiscal descentralizado; y el primero en
intensidad de su descentralización entre 1995 y 2004 (Fiscal
federalism, OECD, 2016).
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