jueves, 28 de mayo de 2020

El libro LOS COLORES DEL INCENDIO de Pierre Lemaitre


Es la continuación de Nos vemos allí arriba. Muy entretenida, no puedes dejarla , te interesa mucho lo siguiente, pero es banal en el sentido que es una bonita historia de intriga basada en una venganza, pero sin ningún poso, a mi modo de ver.
A pesar de todo, es una novela recomendable al 100%.
Destacar:
-.La crisis económica que había seguido a la Gran Guerra no había acabado y la clase política francesa, que había jurado o prometido con la mano en el corazón que la Alemania vencida pagaría hasta el último céntimo de todo lo que había destruido, había quedado desautorizada por los hechos. La población, exhortada a esperar a que se reconstruyeran las viviendas, se rehicieran las carreteras, se indemnizara a los inválidos, se pagaran las pensiones, se creara empleo... en una palabra, a que el país volviera a ser lo que había sido (o algo mejor, puesto que había ganado la guerra), la población, digo, se había resignado: el milagro no se produciría. Francia tendría que arreglárselas sola.
-El Estado, sobrecargado de funcionarios, era ineficaz y gravoso, frenaba la iniciativa privada y aplastaba con impuestos cada vez más agobiantes a las empresas y a los particulares acaudalados, que sin embargo enriquecían a un país fuertemente endeudado por el esfuerzo de guerra.
-Hace catorce años, el país fue llamado a la movilización. El pueblo francés se puso en pie, dispuesto a empeñar todas sus fuerzas en una guerra sin precedentes y se preparó para iniciar un período profundamente plagado de tragedias personales. Cuarenta meses más tarde, después de innumerables sacrificios, la exaltación dio paso al desconcierto y sonó la fatídica hora de la duda y la preocupación. En ese momento, la nación puso su destino en manos de un hombre de setenta y seis años. Un hombre que siempre se había equivocado, que nunca había estado de acuerdo más que consigo mismo, un hombre permanentemente enfadado y a menudo feroz, de comportamiento tiránico y tendencias dictatoriales. En ocasiones, individuos cortos de miras se convierten en grandes hombres porque las circunstancias los llevan a ello. Georges Clemenceau tenía un único programa en la cabeza y una sola idea: «Política interior: hago la guerra. Política exterior: hago la guerra. [...] ¿Que Rusia nos traiciona? Sigo haciendo la guerra, y seguiré haciéndola hasta el último minuto»
-¡Si fuera tan inevitable y tan grave, los periódicos no hablarían de otra cosa! -Sencillamente, no les pagan para hacerlo. Págales y hablarán. Vuelve a pagarles y se callarán. Los periódicos no están para informar; ¿en qué planeta vives?.
-Los políticos estaban tan desprestigiados que los votantes no les prestaban oídos ni cuando decían la verdad.
-El nazi es un feroz sectario que odia a todo aquel que está en desacuerdo con él y está dispuesto a pisotear a quien se oponga a su voluntad o sus ideas.



Titulo Original :Couleurs de l`incendie Publicado en 2018
Traduccion:José Antonio Soriano Marco


lunes, 25 de mayo de 2020

¡ QUÉ FRASE, POR DIOS !

La política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria.
Voltaire

No necesita ninguna aclaración y es perfecta en los tiempos actuales.

jueves, 21 de mayo de 2020

UNA LECCIÓN DE HISTORIA



Debo comenzar advirtiendo de que tengo no ya simpatía, sino una inmensa deuda con Alemania. Allí pase la década clave, entre juventud y madurez, completé mi formación, descubrí mi vocación, conocí a la mujer con quien he vivido y, por último, pero no menos importante, descubrí la libertad. Demasiado para ser imparcial, por más que quiera serlo. De ahí mi advertencia.
Alemania, como Francia, Italia, Inglaterra, España, es uno de esos países sobre los que corren lugares comunes, más o menos ciertos. En este caso, el de «cabezas cuadradas», trabajadores, agresivos, con genios en ciencias, artes y letras, junto a auténticos monstruos, aunque Hitler era austriaco. Pero creo que sus cualidades superan a sus defectos. Tan prácticos como románticos, mi
 primera sorpresa fue lo poco que sabía de su historia o lo poco que me habían enseñado. Alemania ha cambiado de forma y de fondo un montón de veces, la última en 1989, al conseguir la reunificación, aunque hubo otra en el siglo XIX, cuando Prusia unificó una serie de pequeños reinos y principados, o sea, es un Estado relativamente reciente, aunque su ascenso fue rapidísimo y antes de que acabara el siglo se había convertido en la nación más fuerte de Europa. Con la peculiaridad de ser también liberal -en ningún lugar Voltaire se sintió cómodo como en la corte de Federico, «el rey sargento»- con Bismarck como canciller dictando las primeras leyes sociales del continente. Claro que, al mismo tiempo que creaba el Segundo Imperio, das Zweite Reich, el de Hitler fue el Tercero. ¿Y cuál fue el primero?, preguntarán ustedes, como pregunté yo. Pues, prepárense: el de Carlomagno, Karl der Grosse, tal vez porque tenía su corte en Aquisgrán, hoy Achen. Lo que quiere decir que Cataluña, como Marca Hispanica del Imperio Carolingio, perteneció un día a Alemania. Como se entere Puigdemont, se planta en Berlín a pedir que nos la reclamen, para luego exigírsela.
Pero sigamos con la singular historia alemana. De cuantas sorpresas guarda, la mayor, al menos para mí, y puede que para ustedes es que, tras esa fachada de fortaleza y seguridad en sí mismos se esconde una tremenda frustración, casi un complejo inconfesado e inconfesable: ellos, que muestran un aire de superioridad hacia todo lo latino, sienten como un defecto de nacimiento no haber pertenecido al Imperio Romano. «La culpa la tuvo Julio César» me dijo en la sobremesa de una comida tan copiosa en viandas como en cerveza, un medievalista de la Universidad de Berlín, que al ver la extrañeza en mi rostro, siguió. «Si Cesar, que se entretuvo en las guerras en España y las Galias, para dirigirse luego a Roma a que le asesinaran, se hubiera atrevido a cruzar el Rin, hoy hablaríamos una lengua romance, hubiera habido algún Papa alemán, no hubiera habido Reforma Protestante, ni guerras de religión que asolaron Europa y retrasaron la llegada de la nación alemana varios siglos». Me atreví a elevar una objeción, con el debido respeto a un herr professor dos veces doctor: «Bueno, pero ustedes se pasaron la Edad Media con el Sacro Imperio Romano-Germánico». Lo que le enfureció aún más. «Ese fue nuestro error. Aquello no era ni sagrado, ni imperio, ni romano, ni casi germánico, pues el “emperador”, era el jefe de la última tribu que llegaba de Asia. Y, encima, tenía que guardar servidumbre al Papa». Entonces comprendí por qué los alemanes, después de haber estudiado la cultura greco latina mejor que cualquier griego, italiano o español, escapan al Mediterráneo siempre que pueden. Y por qué los mediterráneos que deseaban aprender y modernizarse iban a Alemania. Hoy, van a Estados Unidos, que en buena parte es un producto alemán. Por algo en el Congreso de Filadelfia donde se decidió la estructura de la nación recién independizada, al elegir idioma, el inglés gano al alemán por sólo un voto.
El caso es que, pese a haber tenido la primera gran revolución, la Protestante, la escudería de filósofos, literatos, músicos, científicos y banqueros (la Corona española estaba siempre en deuda con ellos), los alemanes, debido a su fragmentación, llegan tarde a los imperios coloniales, el portugués y holandés era mayor que el suyo, y deben contentarse con un par de territorios en África y algunas islas en Oceanía. Pero el desequilibrio entre el potencial científico, industrial, económico, cultural alemán y su pequeñez como gran potencia no hacía más que crecer, sobre todo tras derrotar a Francia en 1870 y advertía que se preparaba un nuevo orden europeo o puede que mundial. El estallido lo provoca un atentado en Sarajevo, en el que se ven envueltas todas las potencias europeas y los Estados Unidos.
Alemania pierde no sólo sus colonias, sino también su nivel de vida debido a las durísimas condiciones que le impone el Tratado de Versalles. Únanle una inflación galopante y una crisis mundial, con la aparición de un político ultranacionalista con la revancha como programa, y tendrán los ingrediente para la Segunda Guerra Mundial, que Alemania vuelve a perder, junto a su condición de Estado, al quedar dividida en zonas controladas por la potencias vencedoras. Por fortuna, esta vez Estados Unidos no cometió los errores de la guerra anterior y en vez de desvalijar al vencido, le prestó ayuda para reconstruirse, con la condición de aceptar la democracia y no volver a las andadas, que los alemanes cumplieron con su tradicional disciplina. Lo hicieron tan bien que a los diez años, cuando yo llegué, habían levantado un nuevo país en su mitad occidental. Ayudó que eligieran como canciller a un exalcalde de Colonia con más de 70 años, y que coincidiera con un presidente francés en que no debían volver a pelearse. Pronto se les unieron los pequeños países del Benelux y comenzó a construirse la Unión Europea, el viejo sueño tantas veces intentado como fracasado. El llamado «Milagro alemán» fue producto de la laboriosidad de sus gentes, de su deseo de pasar página, de que tuvieron que renovar su entera industria y de que la prohibición de tener un ejército, les ahorró tal gasto.
Alemania Occidental se convirtió en el país favorito, no sólo por su reconstrucción modélica, sino también por su generosidad dentro de la UE, al ser el principal contribuyente a los fondos de cohesión que buscan igualar las diferencias. España, entre otras cosas, le debe en buena parte su red de autopistas. Con el aumento de miembros, los problemas también aumentan y ha habido serias dificultades económicas en algunos países. Todas resueltas. La crisis del Covid-19, sin embargo, es de tal magnitud que son muchos los que están en riesgo. Los ojos se vuelven a Alemania, única capaz de aportar los fondos necesarios. Está dispuesta a ayudar sin haberse comprometido del todo, lo que provoca críticas. Déjenme terminar con una historia poco conocida: financiar la reunificación significaba acoger a 17 millones de inmigrantes que llegaban con lo puesto, pues no valía su moneda, ni su industria, ni había fondos para sus pensiones. Para pagarlo, el Gobierno alemán impuso a sus ciudadanos occidentales un impuesto especial, que sólo dejó de pagarse a principios de este año. Sin que nadie protestase ni pidiera un céntimo a Bruselas.

lunes, 18 de mayo de 2020

MAR VIOLETA OSCURO de Ayanta Bellini (1969)

 
Un mar violeta oscuro es la historia de una rebelión ante la amenaza de ese destino que parece ineludible, el de muchas mujeres sometidas a las condiciones del tiempo que les tocó vivir, el de tantas protagonistas anónimas que lucharon por ser felices, por ser libres. Una maldición recorre las vidas de Elvira, Ángela y Caterina: elegir a hombres que no las supieron amar. Elvira se casó con Evaristo, un demonio que sembró el miedo y la locura. Su hija Ángela renunció a sí misma por un marido ausente, siempre en los brazos de otras, incapaz de ocuparse ni de ella ni de sus hijas. Y la indómita Caterina, tercera de la saga, acabó enamorada de otro ser diabólico, sin tener conciencia del peligro que corría. Solo Ayanta, última descendiente, se enfrentará a su herencia transitando el camino de los recuerdos y de la verdad.Indudablemente es la búsqueda de algo donde agarrarse en un desastre de familia donde cada uno tira para un cerro diferente sin ton ni son, solo porque es lo que les parece bien (guay) en ese instante.
Es finalista del Premio Planeta de 2018 bien merecido, pues en ese marasmo consigue mantenerte con el gusanillo de que vendra despues.
Ayanta (nombre que le pusieron los cachondos de sus padres porque esas tierras de la india les gustaron mucho) es digna hija de su padre, Fernando Sánchez Drago, y de su madre no digo nada por no saber como era , pero canela en rama por lo que cuenta su hija. Lo que no entiendo es la necesidad de espolvorear tanta mierda sobre uno mismo.

Destacar algunas cosas:

-No hay nada más triste que la pérdida de una vocación. Y yo no concebía mayor derrota que no haber sabido transmitir a Mario la fuerza necesaria para mantenerla
-¿Quién no ha sido deslumbrado por el resplandor de algo que parecía ser y no era? . Esta es la historia de esta familia
-A lo largo del curso leímos La Eneida. En uno de sus cantos descubrí que existían unas tribus de mujeres que se amputaban un pecho para facilitar el uso del arco y la flecha. Aquellas guerreras capturaban a los hombres con el único propósito de quedarse embarazadas y dar continuidad a su especie. Se llamaban amazonas, una palabra formada por el prefijo negativo am, «falta de», y mastós, «seno»
-Lo que me produce verdadero pánico es que, llegado el momento, se me arrebatara la potestad de decidir sobre mi vida. Sobre mi muerte. La experiencia me dice que cuando la cosa no tiene remedio, hay que actuar rápido, sin pedir permiso y en la más estricta soledad. La mejor opción es la de los gatos: largarse a morir a algún lugar apartado. Sobre todo porque no se puede uno fiar de nadie, ni siquiera de quien más te ama.
-En el verano de 1941, doscientos mil italianos, sin apenas municiones y vestidos con los veraniegos uniformes que habían servido para la campaña africana, marcharon a la conquista de Stalingrado. Debido a la falta de organización, en lugar de partir a principios de junio como estaba previsto, lo hicieron ya en agosto, cuando el estío tocaba a su fin. Y en tierra rusa les alcanzó el invierno, uno de los más fríos que se recuerdan, con temperaturas que oscilaban entre los treinta y los cuarenta grados bajo cero...Cuando el descalabro de la ofensiva se hizo evidente, muchos trataron de regresar a pie en una humillante retirada que le valió al ejército italiano la fama de ser el peor del mundo. En este fracasado intento de regreso fallecieron hundidas en la nieve casi la mitad de sus tropas....Y las gentes rusas, tan hartas de los nazis invasores como de los bolcheviques patrios, les dieron cobijo. Así fue como estos italianos bebieron y cantaron a la luz de la lumbre de sus cocinas. Y haciendo honor a su fama, enamoraron a sus mujeres.
-Mi padre, hombre aficionado a quitarle hierro a cualquier asunto ajeno, solía decirme como respuesta a mis zozobras creativas: «Para escribir solo hacen falta dos cosas. La primera, sentarse. Y la segunda, escribir».
-Viajamos a Soria, a casa de mi padre, con el objetivo de bucear en su infinito archivo. Más que infinito, delirante, porque tiene fobia a tirar papel y lo guarda todo: entradas de cine, billetes de metro, opúsculos de los testigos de Jehová, pasaportes caducados, mapas costrosos, recetas médicas, recibos del gas de hace medio siglo, recortes de periódicos propios y ajenos.
-A partir de entonces, cada vez que aparecía en la carretera el inmenso animal negro de Osborne, yo gritaba presa del pánico: «¡Toro! ¡Toro!». Para mí, eso era España. Una tierra rarísima en la que las alimañas andaban sueltas, los lechones se comían enteros, las casas olían a fritanga, los niños mataban a los pájaros a pedradas, las mujeres iban a misa con un velo de novia negro y los hombres se rascaban los huevos.
-Estaba en un momento único. Los astros le favorecían. Vivía inmerso en sus viajes, en sus libros, en sus amores. Trabajaba donde quería: Roma, Tokio, Dakar. Hacía lo que quería: escribir, leer, ligar. Y el mundo se le antojaba como un jardín del Edén creado exclusivamente para él. Fernando siempre lograba hacer lo que decía que iba a hacer......Mira que pescarme la muerte de Franco en las antípodas! Ese es el castigo del viajero, no estar nunca donde debo. Brindaremos juntos por el final de una época endemoniada
Publicado por Planeta en 2018.

domingo, 10 de mayo de 2020

EL DESCENDIMIENTO de Rogier Van der Weyden (1399-1464)




Obra anterior a 1443, oleo sobre tabla de 2.04 x 2.61 mts. Museo del Prado sala 058.
Realizada por encargo del Gremio de Ballesteros de Lovaina para ser instalado en la Capilla de Nª Señora de Extramuros. La pintura original fue sustituida por una copia de Miguel Coxcie, que en la actualidad esta en el Museo de Lovaina. La alegoría a los ballesteros la representa en las esquinas del cuerpo principal.
La ultima restauracion data de 1993.
En la antigüedad el azul era un color para los bárbaros, las vírgenes se pintaban en rojo, pero en el siglo XII decidieron que el rojo era el color del demonio y a partir de este momento el azul paso a ser el color de la pureza y de la virginidad.
Veamos quienes son los personajes:



El cuadro representa un instante fotográfico del descendimiento, se percibe por la postura muy forzada de María Magdalena, la inestabilidad tanto de San Juan que tiene su pie izquierdo en el aire como de Nicodemo que tiene una posición con los pies cruzados propia de acabar de recibir el peso de Cristo en el descendimiento.
Detalles impresionantes son las venas y la sangre de los pies de Cristo así como la sangre del costado que discurre por debajo del lienzo. Las ricas vestimentas de José de Arimatea que tiene los corchetes del cuello desabrochados y la barba como de haber salido de casa deprisa y corriendo.
Las imágenes de tremenda amargura de María la de Cleofás y las lagrimar de una Virgen desmayada por la angustia.
Destacar también la colocación de las figuras para que se cubra bien el cajón del cuadro, incluso para ello alarga la pierna de la Virgen excesivamente llegando hasta el pie de la cruz.
El conjunto presenta una serie de particularidades organizativas dignas de destacar:



La escena esta relatada por los cuatro evangelistas oficiales y por el apócrifo Nicodemo:

Mateo 27:57-58
Y al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había convertido en discípulo de Jesús. 
Este se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato ordenó que se lo entregaran.
Marcos 15:42-46
Ya al atardecer, como era el día de la preparación, es decir, la víspera del día de reposo, 
vino José de Arimatea, miembro prominente del concilio, que también esperaba el reino de Dios; y llenándose de valor, entró adonde estaba Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. 
Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto, y llamando al centurión, le preguntó si ya estaba muerto. 
Y comprobando esto por medio del centurión, le concedió el cuerpo a José, 
quien compró un lienzo de lino, y bajándole de la cruz, le envolvió en el lienzo de lino y le puso en un sepulcro que había sido excavado en la roca; e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
Lucas 23:50-54
Y había un hombre llamado José, miembro del concilio, varón bueno y justo 
(el cual no había asentido al plan y al proceder de los demás) que era de Arimatea, ciudad de los judíos, y que esperaba el reino de Dios. 
Este fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, 
y bajándole, le envolvió en un lienzo de lino, y le puso en un sepulcro excavado en la roca donde nadie había sido puesto todavía. 
Era el día de la preparación, y estaba para comenzar el día de reposo.
Juan 19:38-40
Después de estas cosas, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió permiso a Pilato para llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato concedió el permiso. Entonces él vino, y se llevó el cuerpo de Jesús. 
Y Nicodemo, el que antes había venido a Jesús de noche, vino también, trayendo una mezcla de mirra y áloe como de cien libras. 
Entonces tomaron el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en telas de lino con las especias aromáticas, como es costumbre sepultar entre los judíos.

Nicodemo. Acta de Pilato 11:7-9

Y todos los que amaban a Jesús se mantenían lejos, así como las mujeres que lo habían seguido desde Galilea.
Y he aquí que un hombre llamado José, varón bueno y justo, que no había tomado parte en las acusaciones y en las maldades de los judíos, que era de Arimatea, ciudad judía,y que esperaba el reino de Dios, pidió a Pilato el cuerpo de Jesús.
Y, bajandolo de la cruz, lo envolvió en un lienzo muy blanco, y lo deposito en una tumba completamente nueva, que había echo construir para si mismo, y en la cual ninguna persona había sido sepultada.


Otros descendimientos importantes:









miércoles, 6 de mayo de 2020

DE LA IMPREVISIÓN A LA CATÁSTROFE

Por Rafael de Matesanz, creador de la Organización Nacional de Trasplantes
Publicado el 6 de Mayo en ABC

Durante los últimos 30 años, el tiempo transcurrido desde la creación de la Organización Nacional de Trasplantes, han pasado por la sede del Paseo del Prado un total de 18 ministros de Sanidad. Poco más de año y medio por ministro designado por los sucesivos gobiernos, con un factor común en muchos de ellos (con pocas, aunque honrosas excepciones): la ignorancia absoluta de la cartera que le había tocado en suerte, bien como pago de servicios prestados o para que se fogueara en espera de más altas cotas. 

Mientras todo va bien, no pasa nada. Lee discursos, se hace fotos, se dedica a los asuntos políticos por los que le han colocado ahí, y total, la asistencia sanitaria se transfirió
hace casi 20 años y ya se ocupan las comunidades. A pasar el año y medio lo mejor posible y por supuesto a no complicarse la vida con proyectos de futuro que ni le van a aportar réditos inmediatos ni tampoco llega a entender su necesidad. Claro que hay técnicos a su alrededor, pero su primer mandamiento suele ser no importunar al jefe, que en todo caso es un interino en el ministerio y pasará pronto. Solo temas en los que pueda lucirse, y a corto plazo.

Cuento todo esto para mostrar la escasa consideración que a los presidentes del gobierno les merece en general este departamento. El problema es que hay unas situaciones que aparecen periódicamente y que sí son competencia del Ministerio de Sanidad, las crisis de salud pública: vacas locas, SARS, gripe A, ébola…, con mayor o menor gravedad real, pero con un factor común: si la gestión de las mismas la hacen amateurs y no es la adecuada, se pueden llevar por delante a cualquier gobierno, con costes muy elevados tanto económicos como de vidas humanas.

Y como la ley de Murphy es inexorable, el nuevo gobierno que toma posesión a mediados de enero se encuentra el 30 de ese mes, en pleno aterrizaje del nuevo ministro, con que la OMS declara la alerta sanitaria por el Covid-19, cuando ya había 18 países afectados además de China. Tanto este organismo como la Unión Europea alertaron a los países para que se prepararan ante la expansión del virus, provisionándose de test, equipos de protección, etcétera. En España se consideró innecesario hacerlo, mientras los expertos del ministerio aseguraban por ejemplo el 23 de febrero, cuando ya habían comenzado las medidas de confinamiento en el norte de Italia, que aquí no se estaba transmitiendo la enfermedad y que solo había casos importados, algo que luego se demostró erróneo. Por cierto, ninguna medida precautoria con este país al que nos unían entre otras muchas cosas, más de 250 vuelos diarios sin control alguno.

La primera semana de marzo ya había infectados en casi todas las comunidades, se habían producido los primeros brotes en residencias y los primeros fallecimientos. En trece países se habían ya suspendido clases en colegios y universidades y aquí se habían anulado reuniones y congresos médicos en base a las recomendaciones del Colegio de Médicos y al menos en Madrid, de una circular del Servicio Madrileño de Salud (sin ir más lejos, a mí me suspendieron una conferencia). Había suficientes indicios para tomarse en serio el peligro y algunas entidades así lo hicieron. Sin embargo, desde el ministerio se insistía en la «fase de contención», con una actitud casi contemplativa en la que se afirmaba que el 90% de los casos eran importados, que solo había que hacer test a los infectados y que «hacérselo a sus contactos no aporta nada» (sencillamente se ocultó que no había suficientes).

Llega el 8-M con 76 actos multitudinarios autorizados por la delegación del Gobierno en Madrid y cientos en toda España, incluidos partidos de fútbol y mítines políticos, con la frase del portavoz de que si su hijo le pedía consejo para ir a la manifestación le diría que hiciera lo que quisiera. Tras los actos festivos todo cambia de la noche a la mañana de forma que al día siguiente ya se reconoció la gravedad de la situación y se enfiló hacia el estado de alarma materializado unos días después.

Todos esos días de inacción han tenido consecuencias catastróficas porque nos han hecho llegar tarde a casi todo en una cadena de errores e impotencia que han desembocado en la situación actual. Los retrasos en tomar medidas permitieron la expansión del virus, la carencia de test no provisionados a su debido tiempo impidió acotar los casos que se iban descubriendo y por tanto dio vía libre a multitud de contagios. La falta de equipos de protección, tampoco provistos en su momento, facilitó el contagio masivo de sanitarios a los que tampoco se hacía el test, con lo que además de ir cayendo se convirtieron en vectores del contagio. Nada menos que la quinta parte de los infectados son trabajadores de la sanidad, el mayor porcentaje del mundo. Las residencias se convirtieron en trampas mortales para los ancianos sin que un sistema sanitario desbordado las pudiese rescatar. Los resultados de esta tormenta perfecta están ahí.

Por si fuera poco, una calamitosa política de comunicación, con mensajes contradictorios sobre los test, las mascarillas, las compras en el extranjero, las salidas de los niños y en general con la forma de dirigir la pandemia, han destrozado la credibilidad de las autoridades sanitarias en un tema en el que la colaboración ciudadana y la confianza son fundamentales para llegar a buen puerto.

¿Podrían haber sido diferentes las cosas con una dirección y unos expertos más adecuados? ¿Se podrían haber adelantado las decisiones con un mayor conocimiento de gestión sanitaria por parte del ministro y un mejor asesoramiento? Por desgracia la Historia no da marcha atrás, pero una mirada a países como Alemania, Finlandia, Islandia, Nueva Zelanda, Corea, Taiwán… (por cierto, casi todos presididos por mujeres) o incluso otros con una sanidad bastante más limitada que la nuestra como Grecia y Portugal, pero con mucho mejores resultados, nos puede dar bastantes pistas de que otra historia de la crisis era perfectamente posible.

Juzguen ustedes.


Rafael Matesanz Acedos (Madrid1949) es un nefrólogo español. Doctor en Medicina y Cirugía. Jefe de Sección de Nefrología del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid. Creador de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) galardonada, junto con The Transplantation Society (TTS), con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional de 2010. Ha sido el redactor principal de la Directiva Europea de Trasplantes aprobada el 19 de mayo de 2010.
Licenciado en Medicina en 1972 en la Universidad Complutense de Madrid, obtuvo el grado de doctor en 1979 en la Universidad Autónoma de Madrid, realizando en la Fundación Jiménez Díaz la especialidad de nefrología. Desarrolló su actividad clínica en el Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid.3
Matesanz fue el creador y fundador, en septiembre de 1989 de la Organización Nacional de Trasplantes de España (ONT). Fue su director desde 1989 hasta 2001 y lo ha vuelto a ser desde septiembre de 2004 hasta el 12 de mayo de 2017,3​ siendo sustituido, después de 28 años por jubilación, por la doctora Beatriz Domínguez-Gil, nefróloga de 46 años.4​ 
Presidente del Comité de Expertos del Consejo Europeo de Trasplantes durante 7 años, desde 1995 hasta 2000, y nuevamente desde 2003 hasta 2005, además de vicepresidente de esta comisión desde 2005 a 2006. En el año 2000 fue cesado por la ministra Celia Villalobos como delegado, recuperando el puesto a raíz del nuevo nombramiento de la ministra Ana Pastor. Su segunda candidatura fue presentada por la delegación italiana