Desnacionalicen, por favor
EDUARDO MADINA
El Pais 30 Sep 2017
En Euskadi, lugar del que procedo, son muchas las personas que, ante la
pregunta de qué somos, responderían convencidas que somos una nación.
Siempre he tenido por quienes responden así un enorme respeto. Son capaces
de ver lo que yo no veo, sienten un tipo de amor por una pertenencia nacional
que yo no conozco. Una pertenencia de bases románticas que se establece sobre
una consciencia de pueblo y que produce emociones y dota de certezas. Es un
tipo de amor para el que, como digo, nunca he estado nada dotado.
La existencia de una visión republicana o liberal de la pertenencia ofrece alguna
alternativa interesante en este campo. Por ejemplo, la descripción de nuestra
dimensión colectiva sin el peso de los grandes dogmas particularistas de los
nacionalismos, la concepción de una sociedad abierta, su conformación de forma
secular y racional sobre el principio de ciudadanía.
El ámbito de pensamiento de la izquierda siempre ha concebido la realidad
colectiva de esta manera laica, respetuosa con el ámbito íntimo de cada
persona, de su derecho a definirse y sentirse como cada uno quiera sobre la
pauta liberal de que el Estado ni entra ni cuestiona ni pregunta sobre todo
aquello que compete en exclusiva a cada uno de nosotros. De la misma manera, la
izquierda política es también una rebeldía contra quienes se han erigido en los
únicos intérpretes de los sentimientos de pertenencia colectivos, en los que se
presentan como los únicos dueños de la definición de lo que somos.
Desgraciadamente, esa rebeldía ante quienes se erigen en los únicos
intérpretes de la narrativa colectiva sobre quiénes y qué somos se echa
últimamente en falta en los principales representantes políticos de la
izquierda española.
Es verdad que una comprensión abierta del concepto de pluralidad suele ser
una idea aconsejable en estos tiempos complejos en los que el ser humano lleva
desarrollándose en las últimas décadas en Europa. Es un enfoque que ayuda mucho
en la comprensión y la aceptación de que existe quien defiende la pervivencia
de particularismos de distinto tipo y la existencia de múltiples naciones
definiendo el espacio público.
Pero la defensa del derecho de estos a
hacerlo no debería conllevar que lo establezcan como propio quienes interpretan
en claves de izquierda la realidad en la que vivimos. Es el marco mental de
otros, la ventana con la que otros miran el mundo, no con la que debería mirar
la izquierda.
Si todas las fuerzas políticas de izquierda definen la realidad de nuestro
espacio público como una suma de naciones, ¿quién defenderá lo que somos? Una
sociedad abierta de ciudadanos y ciudadanas libres e iguales en obligaciones y
derechos de ciudadanía.
Las reivindicaciones de patria, de soberanías plenas, cerradas, la
definición del mundo a través de un nosotros y un ellos, el establecimiento de
fronteras de diferenciación es la agenda de otros. No debería ser la de la
izquierda, que no puede caer en la trampa de renacionalizar realidades que ya
son innegablemente posnacionales o transnacionales.
Será necesario a partir del día 2
de octubre que en la conversación política que surgirá en nuestro país
para contribuir en la solución a la grave crisis abierta en Cataluña haya voces
en la izquierda que no se dejen atrapar por el narcótico y simplificador
discurso de las naciones. Porque España no tiene definición unívoca y alguien
debería defenderlo. No sé qué era hace cinco siglos o hace dos, pero la España
de hoy y la de mañana ni tiene definición unívoca ni es tampoco la descripción
de múltiples naciones.
De entrada, es innegablemente una sociedad plural y está compuesta por
ciudadanos y ciudadanas. La prioridad de la izquierda no debería, por tanto,
orbitar alrededor de los derechos de las naciones, no debería aceptar el
establecimiento de supremacías identitarias, de jerarquías sentimentales sobre
lo que somos en unos territorios o en otros. Este es el argumento de los nacionalismos,
no puede ser el de una izquierda moderna.
Convendría que su discurso y su reivindicación se centrara en que todos
esos ciudadanos y ciudadanas plurales vivan siendo iguales en el campo de las
obligaciones y de los derechos. Y que lo hagan en una sociedad cohesionada sin
la enorme disparidad de renta per cápita por territorios existente en la
actualidad en nuestro país.
Es de esperar que esa línea argumental, republicana, liberal y
socialdemócrata sea defendida por voces de la izquierda política española ante
el reto de estabilizar la convivencia en nuestro país a partir del día 2 de
octubre. Convivencia que, en sociedades complejas y plurales, no tiene solución
en términos de respuesta a un problema. Es en sí misma problemática porque son
múltiples las formas de entender la vida que conviven en un espacio público de
48 millones de habitantes. Porque dentro de nosotros mismos habitan y
colisionan muchos y muy dispares intereses. Porque conviven distintas lenguas y
sentimientos, creencias religiosas y opiniones políticas. Porque hay puntos de
vista a veces similares y a veces antagónicos. Porque esa pluralidad cada vez
mayor es la que nos explica y la que nos define, la que hace inverosímil,
incompleta e imposible la reducción a una simplificada definición romántica, de
carácter nacional, lineal y certera, de todo lo que esta sociedad es en su
conjunto. El principio de una idea amplia de ciudadanía —amplia en derechos y
obligaciones— en el marco de una sociedad abierta es lo único que puede hacer viable
la convivencia cívica en nuestro país para las próximas generaciones de
ciudadanos. Y alguien debería defenderlo.
La definición cerrada de nación, el argumento de patria, sostenida en
sentimientos descritos como superiores y con pretensión de jerarquía sobre
otros es lo que describen los ojos de algunos. Desnacionalicen, por favor. Esa
no puede ser la descripción de una izquierda racional, cívica y moderna.
Reconozco que este señor nunca me había caído bien, me parecía un trepa que vivía de su síndrome de estocolmo y pasaba por las legislaturas sin pena ni gloria ; mira por donde me tope con este articulo todo ello después de renunciar a su escamo de Diputado en Cortes por no estar de acuerdo con la deriva que esta tomando su partido, PSOE, y tengo que reconocer que tiene mucha razón y sus reacciones le vanaglorian.
Reconozco que este señor nunca me había caído bien, me parecía un trepa que vivía de su síndrome de estocolmo y pasaba por las legislaturas sin pena ni gloria ; mira por donde me tope con este articulo todo ello después de renunciar a su escamo de Diputado en Cortes por no estar de acuerdo con la deriva que esta tomando su partido, PSOE, y tengo que reconocer que tiene mucha razón y sus reacciones le vanaglorian.