La novela SILENCIO de de Shûsaku Endô. Ver la entrada de este Blog de la película Silencio.
Después de ver la polémica película y leer los contradictorios análisis me decido a leer yo la novela.
Hasta el final, cuando empiezan las conversaciones con el japonés jefe, la película es igual que la novela. Mas espectacular la película, sobre todo en las escenas del martirio en el mar crucificados, pero básicamente lo mismo.
El problema para mi gusto es que esta novela esta escrita por un japonés y por lo tanto su punto de vista no es el mismo que el nuestro. Esta absolutamente obsesionado con que Dios actue, diga algo, y esto no es asi. Como espera y no obtiene, reniega. En nuestra cultura lo vemos muchas veces en la actitud de algunos ante la muerte o ante catástrofes responsabilizando a Dios de lo sucedido y en muchas ocasiones origina una separación de esta persona de la Iglesia.
Los comentarios de la película insisten en la importancia de la ultima escena en la que la mujer deposita el crucifijo en el ataúd. Esto en la novela no figura. Pero el sigue creyendo en Dios y en la Iglesia pero a su manera acomodaticia.
Lo que mas me alucina es la actitud de la organización Jesuita sobre la película. Cada vez lo entiendo menos.
Algunos pasajes a destacar:
-Aquellas
palabras del Señor: «El que confiese mi nombre ante los hombres, yo le
confesaré ante mi Padre, que está en los cielos; pero el que niegue mi nombre
ante los hombres, yo también le negaré ante mi Padre, que está en los cielos».
-Si,
por un imposible, Dios no existiera...». Era una fantasía aterradora. Si Dios
no existiera, ¡qué ridículo resultaba todo! Si no existiera, ¡qué drama tan
ridículo las vidas de Ichizô y Mokichi, atados a las estacas y bañados por las
olas...! ¡Qué ridículo el espejismo que vinieron persiguiendo los misioneros:
tres años largos cruzando mares para llegar a este país! Y ahora, ¡qué aventura
tan ridícula la mía, vagando por estos montes sin un alma humana...
-El
mismo Javier, gracias a un desliz de su intérprete, tropezó al comienzo con el
mismo malentendido. Los japoneses que le oían hablar, pensaban que nuestro Dios
era el dios-sol en el que ellos llevaban creyendo tanto tiempo.
-
Aquel
cuadro, el más dramático de toda la Biblia, cuando Cristo en la última cena le
dijo a Judas: «Sal, vete y haz lo que tienes que hacer».
-Pecado,
no es lo que se piensa de ordinario, eso de robar, de decir mentiras, no.
Pecado es para un hombre cruzar por la vida de otro hombre olvidando las
huellas que va dejando en él.
-Deus
creó al universo para el bien. Y para el bien, concedió al hombre la
inteligencia. Pero hay veces que hacemos lo contrario de lo que nuestra
inteligencia nos dicta. Eso es lo que llamamos pecado.
-Y
tú, ¿por qué lo dejaste todo de tu mano?» -murmuraba el padre con voz apagada-.
«Hasta la aldea que nosotros levantamos por tu causa, ¿la dejaste arder así,
sin mover un dedo? Y ¿qué hiciste cuando dispersaron a los vecinos? ¿No les
infundiste valor? ¿Te conformaste con guardar silencio, como estas tinieblas
que tengo delante? ¿Por qué? Por lo menos enséñame el porqué. Nosotros no somos
hombres fuertes como Job, al que hiciste leproso sólo para probarle. Job era un
santo, pero estos cristianos, ¿qué son? Hombres pobres y débiles... Y en la
tribulación el aguante tiene también un límite. No sigas haciéndonos sufrir más.
-Los
padres dicen todos lo mismo... -el intérprete traducía despacio las palabras de
otro samuray-, pero mira, hay árboles que dan fruto en un terreno y si los
cambias de tierra se secan. Ese árbol que llaman «cristianismo» tendrá hojas,
ramaje y flores en el extranjero, pero aquí en el Japón se le secan las hojas y
no le nace un brote.
-Dejarse
ganar el corazón por el encanto, por la belleza, eso lo puede hacer cualquiera.
Eso no tiene nada de amor. Amor es no rechazar una vida humana, un ser humano
ajado, convertido en harapos.
-El señor
de Hirado, tenía cuatro concubinas, y los celos y peleas entre las cuatro eran
continuos. No las aguantó más y a las cuatro las echó del castillo..El señor de Hirado procedio con buen sentido.
Las
mujeres se llaman aquí España, Portugal, Holanda e Inglaterra, y cuando les
llega su turno de noche, le cargan el oído de chismes a su marido el Japón.
En la
misma Goa y en Macao sabían desde hacía tiempo lo que a Inglaterra y Holanda,
países protestantes a la espera de abrirse paso en el Japón, les molestaba la
ventaja que les habían tomado las naciones católicas España y Portugal, y que
con frecuencia las calumniaban ante el shogunado y los japoneses.
Si
el padre considera inteligente el proceder de Matsuura, tendrá que admitir que
los motivos del Japón para prohibir el cristianismo tienen su punto de razón...El padre responde :
Como
nuestra iglesia enseña que a cada varón le corresponde sólo una mujer -el padre
prefirió dejar correr la broma-, tiene usted mucha razón al decir que se
despida a las concubinas. ¿Qué tal si escogiera el Japón entre esas cuatro a su
legítima mujer? -Y su legítima mujer, ¿quién es para usted? Portugal, ¿verdad?
-Nada de Portugal. La iglesia católica.
Pero
padre, ¿no le parece mejor que el Japón se niegue a elegir a forasteras y una
su vida a una mujer del país, a alguien de su plena confianza.
En
la iglesia, más que la nacionalidad de la mujer, nos fijamos lo primero en el
amor que tiene a su marido... -Claro, por supuesto... Pero si el amor lo
arreglara todo en el matrimonio, se acabarían los problemas en este pícaro
mundo. Entre otros el problema de las «feas empalagosas» como vulgarmente se
dice.
En
este mundo hay hombres que lo pasan fatal cuando se empeña en quererles una fea
empalagosa. Ya lo creo que sí... -Para vuecencia la predicación del Evangelio
es meterle a uno por los ojos un cariño que uno no quiere... -Eso es para
nosotros. Y si lo de «fea empalagosa» le molesta, mírelo de este otro modo.
Aquí llamamos estéril a la mujer que no puede tener ni criar hijos y todo el
mundo dice que es la que menos vale para esposa.
Pues
si el cristianismo no da fruto en el Japón, no será la iglesia la culpable. La
culpa la tienen, creo yo, los que se han empeñado en arrancar a la mujer de su
marido, a la iglesia de sus fieles.Usted,
padre, y si quiere, todos ustedes hasta ahora -continuó el señor de Chikugo
recalcando las palabras una a una-, por lo visto no entienden lo que es el
Japón. Esa impresión da. -Y vuecencia no sabe lo que es el cristianismo.
-Veinte
años misionando... -Ferreira seguía repitiendo las mismas palabras con el mismo
tono aséptico de voz-, para aprender una sola cosa: que a la hora de la verdad,
la fe de usted, nuestra fe, no echa raíces en este país. -Mentira, no es eso
-gritó el padre, negando con la cabeza-. Las echa, pero se las cortan.Este
país es una ciénaga. Al final usted mismo se convencerá. Verá que es una
ciénaga mucho más espantosa de lo que había imaginado. Plantas cualquier
arbolillo. Las raíces comienzan a pudrirse, amarillean las hojas y se seca.
Nosotros plantamos en esta ciénaga el cristianismo.El ser
en que entonces creían los japoneses no es nuestro Dios. Eran sus dioses.
Estuvimos mucho, muchísimo tiempo sin saberlo, y quisimos creer que los
japoneses se habían hecho cristianos... Ferreira
asintió: -El santo (se refiere a Javier ) tampoco cayó nunca en la cuenta. Y sin embargo, la misma
palabra «Deus» que les enseñó Javier, la cambiaron a su gusto en Dainichi (gran
sol). Para los japoneses, que adoraban al sol, Deus y Dainichi casi sonaban lo
mismo. ¿No ha leído la carta de Javier en que cuenta el malentendido.
El
cristianismo y la iglesia son realidades que trascienden todo país y lugar. De
no ser así, ¿qué sentido tendría nuestra labor misionera? -Los japoneses
idealizan al hombre, lo amplifican y al resultado lo llaman dios. Llaman dios a
un ser que tiene la misma existencia que el hombre. Pero ése no es el Dios de
la iglesia. -¿Esto es todo lo que ha sacado usted de sus veinte años en ese
país? -Eso es todo -asintió Ferreira melancólico-. Por eso la misión fue
perdiendo todo sentido para mí.
-Si
yo apostaté..., ¿se lo digo? Óigalo bien claro. Apostaté porque después del
tormento me trajeron aquí y escuché los gemidos de esa pobre gente y Dios no
hizo nada por ellos. Le recé a Dios como un desesperado, pero Dios no hizo nada
por ellos. Ahora,
ese estertor era una acusación a Dios: «¿Por qué tú no dices nunca nada?».
-El
sacerdote dice que quiere vivir imitando a Cristo. Pues si Cristo estuviera
aquí... Ferreira guardó silencio un instante. En seguida, con voz clara e
intensa: -Estoy totalmente seguro. Cristo apostataría por amor a ellos.
Eso
no puede ser verdad. -El padre se había tapado la cara con las manos y la voz
se le filtraba entre los dedos, distorsionada-. No puede ser verdad. -Cristo
apostataría. Lo haría por amor. Anulándose totalmente a sí mismo.
-No es
que me queje contra ti, Señor, no. Me río sólo del destino del hombre... Mi fe
en ti es distinta de la que tenía antes, pero de veras que te sigo queriendo..
Señor,
me dolía que estuvieras siempre en silencio... -No estaba en silencio. Estaba
sufriendo contigo. Pero tú le dijiste a Judas: «Vete...». Le dijiste: «Vete y
haz lo que tienes que hacer». ¿Qué fue de Judas, Señor? -Yo no le dije eso. Le
dije a Judas «hazlo» como te he dicho a ti «pisa». Porque Judas tenía dolorido
el corazón como tú tienes los pies.