jueves, 7 de diciembre de 2017

Visita al museo LAZARO GALDIANO.
Desde siempre había sabido de la existencia de este museo, pero no tenia nada que me llamara la atención, hasta que han surgido las obras de Jheronimus Bosch, El Bosco.
Fue sorpresivo y simpático visitar esta casa museo de cosas varias.
En pintura cabe destacar una serie de Goyas muy interesantes y los últimos descubrimientos del maestro flamenco. Atribuido a El Bosco es La meditación de San Jeronimo y a su taller La Visión de Tondal , tabla de 54x72 que representa un mundo maravilloso como el del Jardín de las Delicias. Ver abajo.
Muy interesante la visita y un museo a recomendar.


miércoles, 6 de diciembre de 2017

Visita a la casa museo de  JOAQUIN SOROLLA.

Siempre impresiona ir a este museo , es una delicia. Maravilloso por dos motivos, uno la casa taller y la vida de familia y por otro lado la obra.
La luz de este hombre es increible y esa vision de de partes de un cuerpo bajo el agua, sublime.

martes, 5 de diciembre de 2017

Visita a la FUNDACION MAPFRE .
Nos encontramos con dos exposiciones , una permanente sobre Miro y una segunda monográfica sobre Zuloaga.

Una exposición que me pareció muy interesante . Sobre todo me impresiona fuertemente el cuadro que esta al fondo de la sala de entrada, ver abajo.
Al final de la exposición había unos cuadros retocados por Miro partiendo de esas adefesios de consulta de medico. Me pareció una mofa despiadada por parte de Miro. Creo que debía haberse abstenido.



Reconozco que a Ignacio Zuloaga le conozco mal, pero en cierto modo me defraudo. Me encontré con un pintor oscuro , con poca luz, a pesar de haber estado en el sur de España algún tiempo. Mereció la pena pues era muy completa e interesante muestra de este pintor.




Visita al Museo Thyssen - Bornemisza . Exposicion   PICASSO versus LAUTREC.
Asi rezaba el folleto de mano de la exposición. Sinceramente no termino de entender esta moda de enfrentar a dos artistas cuando me parece de muy dudosa su afinidad. En este caso dos pintores que no coincidieron y que lo único que les une , por decir algo, es que los dos tocan el submundo del cabaret y la prostitución en los bajos fondos de Paris. Pero decir que las caricaturas de las obras de Lautrec sirvieron de modelo a Picasso me parece demasiado fuerte y atrevido.
Este seria el único cuadro, a mi entender , que podría ser de Lautrec y es de Picasso pintado en 1901 

Aparte de esta polémica la exposición es muy interesante por las obras que se muestran.

domingo, 29 de octubre de 2017


Visita a la exposición FRANCIS BACON  face à face BRUCE NAUMAN en el Musée Fabre de Montpellier.


¿Como puede haber profesionales del arte que pretendan comparar o mejor dicho enfrentar a un pintor consagrado, indudablemente dificil, con un cantamañanas que lo que hace son idioteces?. Dicho esto, me he quedado más a gusto, la exposicion de Bacon me ha encantado.
El resto del museo aceptable con un final impresionista y mas modernos fantastico. Es recomendable.

sábado, 28 de octubre de 2017

Visita al  
MUSÈE TOULOUSE -LAUTREC
en Albi, instalado en el Palacio Berbie a orillas del rió Tarn. En este museo se encuentran una cantidad importante de obras de Toulouse-Lautrec de cuando era niño o antes de ir a París. También hay un buen numero de carteles originales y muchas pinturas de madurez. Magnifico.
El edificio es agradable y bien montado para lo complicado que resulta al estar enclavado en yo diría mas un castillo fortaleza que un palacio. En este museo me encontré con una curiosidad, multitud de cuadros de Matisse, pero oh sorpresa eran de  Jules Cavaillès (1901-1977). Este pintor local, magnifico , inspirado en cuadros de Matisse hace los suyos .Me encanto. En el resto del museo había alguna cosa interesante de algún impresionista y postimpresionistas.
Este museo justifica sobradamente ir a Albi, pero ademas nos toparemos con una maravillosa catedral, Sta Cecilia, con pinturas al fresco increíbles. El pueblo es una monada.

martes, 24 de octubre de 2017


ARTICULO DE RICARDO DE QUEROL, 
DIRECTOR DE CINCO DIAS, 
DEL 23 de OCUBRE DE 2017


No. La independencia de Cataluña no es la respuesta a la represión del Estado, como ahora nos quieren hacer creer, porque el procés se puso en marcha, y aceleró, mucho antes de que el Estado respondiera de ninguna manera.
No. Cataluña no se ha ganado el derecho a la independencia por la actuación policial (torpe e ineficaz, interesadamente exagerada) en el 1-O, porque precisamente lo que se votaba en aquella farsa de referéndum era la independencia inmediata.
No. Quien ha destruido la autonomía de Cataluña no es ese malvado Madrid, sino los gobernantes de la comunidad que decidieron dinamitar la legalidad estatutaria y constitucional. El Gobierno central pecó, si acaso, de inacción, pero no de provocación o precipitación
No, el artículo 155 no es un golpe de Estado. Si ha habido aquí un golpe de Estado es el que se dio en las noches de los días 6 y 7 de septiembre, cuando el Parlament votó las dos leyes de ruptura (es una cursilada lo de desconexión) con la oposición fuera de sus escaños. El 155 pudo activarse entonces, pero el Gobierno se esperó a ver si lograba evitar la votación, luego se esperó a una declaración formal de independencia, después se cruzaron las dos cartas, se hizo la petición de una convocatoria electoral que habría sido la única salida no traumática.
No. Los responsables de este desastre no pueden presentarse como las víctimas. Si se pretendía desafiar al Estado e iniciar una revolución, había que medir antes las fuerzas que se tienen para ganarla. No vale llorar porque te hacen daño si has empezado tú la pelea. Sabían lo que hacían cuando votaron que habría un referéndum vinculante aunque lo prohibiera el Constitucional, que se proclamarían resultados aunque nadie los verificara, que en 48 horas se fundaría la república.
No. No bastaba decir en un minuto “asumo el mandato” y “ahora lo suspendo” para hacernos creer que hemos vuelto a la normalidad.
No. España no es un Estado autoritario (mucho menos totalitario, como ha dicho un indocumentado Junqueras) por suspender la autonomía de Cataluña. Cualquier Estado democrático, con cualquier Constitución, intervendría ante un intento de secesión a las bravas. Tampoco Canadá o el Reino Unido habrían permitido esto jamás. Tony Blair suspendió nada menos que cuatro veces la autonomía de Irlanda del Norte después de la paz del Viernes Santo de 1998, hasta que logró forzar consensos entre unionistas y nacionalistas, lo que ayudó a encauzar aquel difícil proceso de paz. Ahora Theresa May amenaza con hacer lo mismo.
No. Europa no ha comprado el relato nacionalista, solo lo hacen aquellos que también quieren romper Europa. La prensa seria internacional hace autocrítica por las noticias falsas que le han colado estos días. La UE tiene que apoyar al Gobierno español porque el contagio de la fiebre secesionista la destruiría.
No, no habría paz en un continente de fronteras inestables, metido en una espiral de fragmentación.
No, la autodeterminación no es un derecho humano, ni de los pueblos que no hayan sido colonizados, ocupados o sometidos a genocidio.
No. No nos miremos en el desmoronamiento de Yugoslavia, el episodio más sangriento en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. No, Cataluña no es Kosovo ni Eslovenia. Que nunca sea Bosnia.
No. No son presos políticos quienes responden ante la justicia por sus acciones contra la ley, nunca por sus ideas.
No. No estamos volviendo a un Estado centralista. La intervención de la autonomía, como la ha anunciado Mariano Rajoy, es total, pero tiene un horizonte temporal definido, de seis meses hasta elegir un nuevo Parlament. Es reversible, lo que no habría sido la independencia. Cataluña mantendría intactas todas sus atribuciones si no se hubiera saltado la ley; las recuperará en cuanto renuncie a seguir esa vía. No se dan pasos atrás en la descentralización. Pero el federalismo, o como lo llamemos, solo puede basarse en la lealtad de las instituciones. Ningún sistema político permite en su seno a gobiernos rebeldes al imperio de la ley.
No. Esto no es España contra Cataluña. Sobre todo es media Cataluña contra la otra media, como ha dicho bien Joaquín Sabina. Una fractura interna, cargada de odio, que costará mucho cerrar.
No. No va a ser fácil lo que viene. Una administración intervenida va a funcionar mal. Se va a enfrentar a resistencias enormes dentro y fuera, en la calle. Es una situación tan extraordinaria como incómoda.

No. Esta no era la solución ideal. No. No había alternativa para salvar el Estado de derecho. Este desastre tiene padres bien conocidos. ¿Quién destruyó la Cataluña que ha gozado de más autogobierno en la historia moderna? Exacto. Ellos. Los que se disfrazan de mártires.


domingo, 15 de octubre de 2017


En Francoland

EL PAIS   13 OCT 2017


Me pasó la última noche de septiembre en Heidelberg, pero me ha pasado igual con cierta frecuencia en otras ciudades de Europa y de América, incluso aquí, dentro de España, en conversaciones con periodistas extranjeros. Muchas veces, en épocas diversas, con una monotonía en la que solo cambia el idioma y el motivo inmediato, me ha tocado explicar con paciencia, con la máxima claridad que me era posible, con voluntad pedagógica, que mi país es una democracia, sin duda llena de imperfecciones, pero no muchas más ni más graves que las de otros países semejantes. Me he esforzado en dar fechas, mencionar leyes, cambios, establecer comparaciones que puedan ser útiles. En Nueva York he debido recordarle a personas llenas de ideales democráticos y condescendencia que mi país, a diferencia del suyo, no admite la pena de muerte, ni la cadena perpetua, ni el envío a prisión de por vida de menores de edad, ni la tortura en cárceles clandestinas.


Fuera de España uno a veces tiene que dar explicaciones de historia, y hasta de geografía. Hasta no hace mucho tiempo, un ciudadano español tenía que explicar, aun sabiendo que había grandes posibilidades de que no se le hiciera ningún caso, que el País Vasco no se parece al Kurdistán, ni a Palestina, ni a las selvas de Nicaragua en las que los sandinistas resistían al dictador Somoza. Uno explicaba que el País Vasco es uno de los territorios más desarrollados y con más alto nivel de vida de Europa; y además que dispone de un grado de autogobierno y hasta soberanía fiscal muy superior a la de cualquier Estado o región federada del mundo. Lo más que se conseguía era una sonrisa cortés, aunque también incrédula.
Una parte grande de la opinión cultivada, en Europa y América, y más aún de las élites universitarias y periodísticas, prefiere mantener una visión sombría de España, un apego perezoso a los peores estereotipos, en especial el de la herencia de la dictadura, o el de la propensión taurina a la guerra civil y al derramamiento de sangre. El estereotipo es tan seductor que lo sostienen sin ningún reparo personas que están convencidas de sentir un gran amor por nuestro país. Nos quieren toreros, milicianos heroicos, inquisidores, víctimas. Nos aman tanto que no les gusta que pongamos en duda la ceguera voluntaria en la que sostienen su amor. Aman tanto la idea de una España rebelde en lucha contra el fascismo que no están dispuestos a aceptar que el fascismo terminó hace muchos años. Les gusta tanto el pintoresquismo de nuestro atraso que se ofenden si les explicamos todo lo que hemos cambiado en los últimos 40 años: que no vamos a misa, que las mujeres tienen una presencia activa en todos los ámbitos sociales, que el matrimonio homosexual fue aceptado con una rapidez y una naturalidad asombrosas, que hemos integrado, sin erupciones xenófobas y en muy pocos años, a varios millones de emigrantes.
La otra noche, en Heidelberg, la víspera del ya célebre 1 de octubre, en medio de una cena muy grata con profesores y traductores, tuve que repetir mi explicación, con una vehemencia que me hizo sobreponerme al desánimo. Una profesora alemana me dijo que, según le acababa de contar alguien de Cataluña, España era todavía “Francoland”. Le pregunté, tan educadamente como pude, qué sentiría ella si alguien decía en su presencia que Alemania es todavía Hitlerland. Se ofendió enseguida. Tan calmadamente, tan pedagógicamente como pude, le aclaré lo que no tiene que aclarar nunca ningún ciudadano de ningún otro país avanzado de Europa: que España es una democracia, tan digna y tan imperfecta como Alemania, por ejemplo, y tan ajena como ella al totalitarismo; incluso más, si atendemos a los últimos resultados electorales de la extrema derecha. Si, según su informante catalana, seguíamos en la tierra de Franco, ¿cómo era posible que Cataluña dispusiera de un sistema educativo propio, un Parlamento, una fuerza de policía, una radio y una televisión públicas, un instituto internacional para la difusión de la lengua y la cultura catalanas? El reconocimiento de la singularidad de Cataluña era tan prioritario para la naciente democracia española, le dije, que la Generalitat se restableció incluso antes de que se aprobara la Constitución. Extraño país franquista el nuestro, tan opresor de la lengua y de la cultura catalana, que elige una película hablada en catalán para representar a España en los Oscar.


Quien ha vivido o vive fuera de nuestro país conoce lo precario de nuestra presencia internacional, la asfixia presupuestaria y el mangoneo político que han malogrado tantas veces la relevancia del Instituto Cervantes, la falta de una política exterior ambiciosa a largo plazo, de un acuerdo de Estado que no cambie desastrosamente de un Gobierno a otro. La democracia española no ha sido capaz de disipar los estereotipos de siglos. Los terroristas vascos y sus propagandistas supieron aprovecharse muy bien de ellos durante muchos años, precisamente aquellos en los que éramos más vulnerables, cuando a los pistoleros más sanguinarios se les seguía concediendo en Francia el estatuto de refugiados políticos.
De modo que a los independentistas catalanes no les ha costado un gran esfuerzo, ni un gran despliegue de sofisticación mediática, volver a su favor en la opinión internacional eso que ahora todo el mundo se ha puesto de acuerdo en llamar “el relato”. Lo habían logrado incluso sin la colaboración voluntariosa del Ministerio del Interior, que envió a policías nacionales y guardias civiles a actuar de extras en el espectáculo amargo de nuestro desprestigio. Pocas cosas pueden dar más felicidad a un corresponsal extranjero en España que la oportunidad de confirmar con casi cualquier pretexto nuestro exotismo y nuestra barbarie. Hasta el reputado Jon Lee Anderson, que vive o ha vivido entre nosotros, miente a conciencia, sin ningún escrúpulo, sabiendo que miente, con perfecta deliberación, sabiendo cuál será el efecto de su mentira, cuando escribe en The New Yorker que la Guardia Civil es un cuerpo “paramilitar”.
Como ciudadano español, con todo mi fervor europeísta y viajero, me siento condenado sin remedio a la melancolía, por muy variadas razones. Una de ellas es el descrédito que sufre el sistema democrático en mi país por culpa de la incompetencia, la corrupción y la deslealtad política. Otra es que el mundo europeo y cosmopolita en el que personas como yo nos miramos y al que hemos hecho tanto por parecernos prefiere siempre mirarnos a nosotros por encima del hombro: por muy cuidadosamente que queramos explicarnos, por mucha aplicación que pongamos en aprender idiomas, a fin de que se entiendan bien nuestras explicaciones inútiles.




A pesar de no ser santo de mi devoción el Sr Muñoz Molina he de reconocer lo acertado de sus palabras que ponen en entredicho la falta de acción por parte del gobierno de España para publicitar lo que es nuestro país y lo que significa la secesión Catalana y contrarrestar la magnifica maquinaria que el gobierno de la Generalidad de Cataluña ha puesto en funcionamiento con nuestro dinero.


sábado, 14 de octubre de 2017


CARTA AL DIRECTOR DE SIR JOHN H. ELLIOTT A THE TIMES
25 de Septiembre de 2017


Señor,
Resulta esclarecedor comparar el artículo de su corresponsal (23 de septiembre) sobre la «campaña de odio» que en Cataluña están llevando a cabo los partidarios más extremistas de los planes del Gobierno catalán para el referéndum por la independencia con algunas de las cartas que ha publicado usted al respecto. Ningún Estado europeo concede a ninguno de sus componentes territoriales el derecho a la secesión sin seguir un proceso constitucional pactado, y el proyecto de independencia que ha orquestado el presidente Puigdemont traspasa claramente los límites de la legalidad al desafiar la Constitución Española de l978 y el Estatuto de Autonomía de Cataluña.
Cataluña padeció durante largo tiempo bajo el régimen dictatorial del general Franco, pero entre 1978 y la crisis económica de 2008 prosperó como región y disfrutó de un alto grado de autogobierno. Los partidarios de la independencia intentan sacar provecho de presuntas medidas represivas tomadas por Madrid, pero puede que aquellos que simpatizan con el referéndum no sean conscientes de hasta qué punto el Gobierno catalán ha intentado imponer desde hace tiempo su propia agenda radical a la sociedad catalana en su conjunto.
A través de su control del sistema educativo, su influencia en los medios de comunicación, su manipulación de la historia catalana en pos de sus propios intereses, y en algunos casos por medio de la intimidación, ha intentado inculcar en la población una imagen de Cataluña como víctima de malignas fuerzas exteriores.
Mientras que dicha caracterización, que se retrotrae al menos a 1900, pudo contener elementos de verdad en el pasado, no es cierta de la situación de hoy en día ni del lugar que Cataluña ocupa en la España democrática. Aunque el Gobierno de Rajoy ha mostrado una clara falta de empatía en su forma de tratar a la región, su régimen no se puede tildar de ninguna manera de represivo.
A estas alturas está claro que ha llegado el momento de realizar una revisión de la Constitución Española, y a su debido tiempo se debería intentar descubrir qué tipo de futuro es el que las gentes de Cataluña quieren para sí. Esto sólo será posible, sin embargo, si todas las partes entablan un diálogo civilizado dentro de los confines de la ley.

Sir John Elliott (1930) es profesor regio emérito de Historia Moderna en la Universidad de Oxford. Premio Principe de Asturias 1996, Cruz de Sant Jordi en 1999.

Las publicaciones principales de Elliott son:
·         Imperial Spain (La España imperial), 1963,
·         The Revolt of the Catalans (La revuelta de los catalanes), 1963,
·         Europe Divided. 1559-1598, ed. 1968 y 2000. (La Europa dividida. 1559-1598, ed. 2002 y 2010),
·         The Old World and the New, 1492-1650 (El viejo y el nuevo mundo), 1970,
·         Richelieu and Olivares, 1984,
·         The Count-Duke of Olivares (El Conde Duque de Olivares), 1986,
·         Spain and its World, 1500-1700 (España y su mundo: 1500-1700), 1990,

·         Empires of the Atlantic World: Britain and Spain in America 1492-1830 (Los Imperios del Mundo Atlántico: Gran Bretaña y España en América), 2006.


sábado, 30 de septiembre de 2017


Desnacionalicen, por favor

EDUARDO   MADINA  
El Pais 30 Sep 2017

En Euskadi, lugar del que procedo, son muchas las personas que, ante la pregunta de qué somos, responderían convencidas que somos una nación.
Siempre he tenido por quienes responden así un enorme respeto. Son capaces de ver lo que yo no veo, sienten un tipo de amor por una pertenencia nacional que yo no conozco. Una pertenencia de bases románticas que se establece sobre una consciencia de pueblo y que produce emociones y dota de certezas. Es un tipo de amor para el que, como digo, nunca he estado nada dotado.
La existencia de una visión republicana o liberal de la pertenencia ofrece alguna alternativa interesante en este campo. Por ejemplo, la descripción de nuestra dimensión colectiva sin el peso de los grandes dogmas particularistas de los nacionalismos, la concepción de una sociedad abierta, su conformación de forma secular y racional sobre el principio de ciudadanía.
El ámbito de pensamiento de la izquierda siempre ha concebido la realidad colectiva de esta manera laica, respetuosa con el ámbito íntimo de cada persona, de su derecho a definirse y sentirse como cada uno quiera sobre la pauta liberal de que el Estado ni entra ni cuestiona ni pregunta sobre todo aquello que compete en exclusiva a cada uno de nosotros. De la misma manera, la izquierda política es también una rebeldía contra quienes se han erigido en los únicos intérpretes de los sentimientos de pertenencia colectivos, en los que se presentan como los únicos dueños de la definición de lo que somos.
Desgraciadamente, esa rebeldía ante quienes se erigen en los únicos intérpretes de la narrativa colectiva sobre quiénes y qué somos se echa últimamente en falta en los principales representantes políticos de la izquierda española.
Es verdad que una comprensión abierta del concepto de pluralidad suele ser una idea aconsejable en estos tiempos complejos en los que el ser humano lleva desarrollándose en las últimas décadas en Europa. Es un enfoque que ayuda mucho en la comprensión y la aceptación de que existe quien defiende la pervivencia de particularismos de distinto tipo y la existencia de múltiples naciones definiendo el espacio público.
Pero la defensa del derecho de estos a hacerlo no debería conllevar que lo establezcan como propio quienes interpretan en claves de izquierda la realidad en la que vivimos. Es el marco mental de otros, la ventana con la que otros miran el mundo, no con la que debería mirar la izquierda.
Si todas las fuerzas políticas de izquierda definen la realidad de nuestro espacio público como una suma de naciones, ¿quién defenderá lo que somos? Una sociedad abierta de ciudadanos y ciudadanas libres e iguales en obligaciones y derechos de ciudadanía.
Las reivindicaciones de patria, de soberanías plenas, cerradas, la definición del mundo a través de un nosotros y un ellos, el establecimiento de fronteras de diferenciación es la agenda de otros. No debería ser la de la izquierda, que no puede caer en la trampa de renacionalizar realidades que ya son innegablemente posnacionales o transnacionales.
Será necesario a partir del día 2 de octubre que en la conversación política que surgirá en nuestro país para contribuir en la solución a la grave crisis abierta en Cataluña haya voces en la izquierda que no se dejen atrapar por el narcótico y simplificador discurso de las naciones. Porque España no tiene definición unívoca y alguien debería defenderlo. No sé qué era hace cinco siglos o hace dos, pero la España de hoy y la de mañana ni tiene definición unívoca ni es tampoco la descripción de múltiples naciones.
De entrada, es innegablemente una sociedad plural y está compuesta por ciudadanos y ciudadanas. La prioridad de la izquierda no debería, por tanto, orbitar alrededor de los derechos de las naciones, no debería aceptar el establecimiento de supremacías identitarias, de jerarquías sentimentales sobre lo que somos en unos territorios o en otros. Este es el argumento de los nacionalismos, no puede ser el de una izquierda moderna.
Convendría que su discurso y su reivindicación se centrara en que todos esos ciudadanos y ciudadanas plurales vivan siendo iguales en el campo de las obligaciones y de los derechos. Y que lo hagan en una sociedad cohesionada sin la enorme disparidad de renta per cápita por territorios existente en la actualidad en nuestro país.
Es de esperar que esa línea argumental, republicana, liberal y socialdemócrata sea defendida por voces de la izquierda política española ante el reto de estabilizar la convivencia en nuestro país a partir del día 2 de octubre. Convivencia que, en sociedades complejas y plurales, no tiene solución en términos de respuesta a un problema. Es en sí misma problemática porque son múltiples las formas de entender la vida que conviven en un espacio público de 48 millones de habitantes. Porque dentro de nosotros mismos habitan y colisionan muchos y muy dispares intereses. Porque conviven distintas lenguas y sentimientos, creencias religiosas y opiniones políticas. Porque hay puntos de vista a veces similares y a veces antagónicos. Porque esa pluralidad cada vez mayor es la que nos explica y la que nos define, la que hace inverosímil, incompleta e imposible la reducción a una simplificada definición romántica, de carácter nacional, lineal y certera, de todo lo que esta sociedad es en su conjunto. El principio de una idea amplia de ciudadanía —amplia en derechos y obligaciones— en el marco de una sociedad abierta es lo único que puede hacer viable la convivencia cívica en nuestro país para las próximas generaciones de ciudadanos. Y alguien debería defenderlo.

La definición cerrada de nación, el argumento de patria, sostenida en sentimientos descritos como superiores y con pretensión de jerarquía sobre otros es lo que describen los ojos de algunos. Desnacionalicen, por favor. Esa no puede ser la descripción de una izquierda racional, cívica y moderna.



Reconozco que este señor nunca me había caído bien, me parecía un trepa que vivía de su síndrome de estocolmo y pasaba por las legislaturas sin pena ni gloria ; mira por donde me tope con este articulo todo ello después de renunciar a su escamo de Diputado en Cortes por no estar de acuerdo con la deriva que esta tomando su partido, PSOE, y tengo que reconocer que tiene mucha razón y sus reacciones le vanaglorian.



SÍ CUENTAN LOS QUE NO CUENTAN

Javier Marias
El Pais 30 Sep 2017

Cuando escribo esto (dos semanas antes de que pueda leerse), no se sabe qué pasará el 1 de octubre en Cataluña, y menos aún en los días siguientes. Es dudoso que nadie tenga previsto nada, porque demasiada gente lleva años instalada no sólo en la negación de la realidad, sino en la del futuro como si el tiempo fuera a detenerse en el “momento culminante, inaugural y apoteósico”. Y el tiempo jamás se detiene. Abducidos por la CUP, a Puigdemont y a Junqueras ya no les importa que, declarada la independencia de Cataluña (tal como hoy está planteada), su país se quedara aislado, súbitamente empobrecido, casi apestado. Que saliera de la Unión Europea y careciera de reconocimiento internacional (con alguna exótica excepción perteneciente a la categoría de “amores que matan”), que su economía cayera por debajo del bono basura en que ya se encuentra, que se largaran numerosas empresas. Que se ganara la animadversión de Francia, la cual lo vería como una amenaza territorial, ya que esa Cataluña “independiente” es o sería expansionista e imperialista y querría apropiarse del Rosellón al cabo del tiempo, Valencia y Baleares aparte. Y la de Italia, que vería un peligroso precedente para las aspiraciones de la Lega Nord, ese partido fascista tan semejante al llamado “bloque soberanista”, y que pretende separar la Lombardía, el Piamonte y el Véneto (las zonas más ricas) del resto de la nación. Y la de Alemania, Holanda, Bélgica, probablemente la del Reino Unido y sin duda la de los Estados Unidos, que se mostrarían contundentes si, por ejemplo, Texas o California decidieran desgajarse.
Pero les importa nada a quienes han sometido a los catalanes a algo parecido a las preguntas-trampa, del tipo “¿Ya no pega usted a su mujer?” Si uno contesta que sí, malo. Si contesta que no, también malo, porque está admitiendo que “antes” sí le pegaba. Ante esas añagazas sólo cabe negar la pregunta y, por supuesto, no contestarla. Darle la espalda. Hoy, en Cataluña, en el instante en que alguien se presta a votar “Sí” o “No”, está dando carta de naturaleza a una pantomima y a una farsa. Más allá de que el Gobierno central impida efectivamente el referéndum, estar dispuesto a participar en él (insisto: tal como se ha planteado) es estarlo a participar en un golpe de hechos consumados y en una nueva sociedad autoritaria. Hace ya mucho que la elección democrática de un Gobierno no garantiza que éste lo sea. No lo es el que no respeta a la oposición (es decir, a los ciudadanos que no lo han votado), ni a las minorías; ni el que inventa e impone nuevas leyes a su conveniencia, ni el que atropella la división de poderes; no lo es el que hostiga y arruina a la prensa poco complaciente con él y al final la suprime, ni el que acaba con la independencia de los jueces y los nombra a dedo (como sucede en Venezuela); ni el que impide debatir asuntos muy graves en el Parlamento y ni siquiera permite leer sus informes a sus propios letrados o intervenir a su Comisión de Garantías, como hizo Forcadell hace menos de un mes, despóticamente.
Pero sobre todo no lo es el que, con desprecio absoluto, excluye a una gran parte de la población, la mitad o más seguramente, y decide que los que no se pliegan a sus designios simplemente no cuentan, y por ende se puede actuar y se actúa como si no existieran. O como si fueran “anticatalanes”, “traidores”, “botiflers”, “fascistas”, “unionistas”, “españolistas”, “escoria”, se ha dicho hasta la saciedad todo esto. Si ustedes se fijan, nadie en Cataluña, y muy pocos en el resto de España, insultan a los independentistas. Se trata de una opción legítima y desde luego legal, siempre que no se intente imponerla a los demás mediante la intimidación, la exclusión, el chantaje, la represalia o la amenaza directa: la que han sufrido ya muchos alcaldes reacios a ceder sus ayuntamientos para la pantomima. Porque es pantomima, si es que no pucherazo, un referéndum con ocultaciones, con un censo fantasma, una transparencia inexistente, un control llevado a cabo por los partidarios del “Sí”, sin cabinas, sin plazo cuerdo, sin una participación mínima para considerarlo válido y sin más requisito para dar por cierto su resultado que un solo voto más para la opción ganadora, que además ya está decidida y cantada: si sólo acuden a votar los que votan “Sí”, me dirán ustedes dónde está el misterio. Este referéndum es tan sólo un mal adorno. La Generalitat lleva tiempo obrando como si se hubiera celebrado ya, con el resultado propugnado por ella, casi impuesto (su “neutralidad” es un chiste). La prueba es que ha aprobado “leyes de transitoriedad” o “desconexión” tranquilamente. Nos encontramos ante un caso claro de absolutismo: esto va a ser así porque así lo queremos nosotros; los que no estén de acuerdo son anticatalanes y ya no cuentan. Franco hizo algo muy parecido al final de la Guerra Civil: los que no me acaten y aclamen son la “antiEspaña”. La única manera de oponerse hoy a eso es negar la pregunta, y que la cantidad de votantes —ingenuos o no— sea ridícula. Es decir: de participantes en la farsa.


miércoles, 27 de septiembre de 2017

La novela EL CUADERNO DORADO de Doris Lessing







Título original: The Golden Notebook 1962   Editorial Moguer


Traducción: Helena Valentí

A continuación se explica cómo es la estructura de esta novela.

Tiene un armazón o marco titulado «Mujeres libres», novela corta

convencional que puede sostenerse por ella misma. Pero está dividida en cinco

partes y separada por los cinco períodos de los cuatro diarios: negro, rojo, amarillo

y azul. Los diarios los redacta Anna Wulf, un personaje importante en «Mujeres

libres». Lleva cuatro diarios en vez de uno, pues, como ella misma reconoce, los

asuntos deben separarse unos de otros, a fin de evitar el caos, la deformidad..., el


fracaso. Los diarios terminan a causa de presiones internas y externas

Lei la primera parte y quede saturado para seguir leyendo los diarios. Unos dialogos que no se a donde quieren ir a parar. Insufrible.

martes, 26 de septiembre de 2017

 QUE SUSTENTAN EL SOBERANISMO CATALÁN
 Y NO SON VERDAD10
.Votar si

Barcelona / Madrid   Publicado por EL PAIS el 24 Sept 2017

 LA GUERRA DE 1714 FUE DE “SECESIÓN”

 Al morir Carlos II El Hechizado (1700) sin descendencia directa, se desató una batalla europea por hacerse con la Corona de España. Los dos grandes candidatos eran Felipe V de Borbón (nieto de Luis XIV de Francia) y el archiduque Carlos de Austria. Los Borbones pretendían la hegemonía continental, aliando a España con Francia. Los austracistas contaban con el apoyo de Inglaterra , secundada por los Países Bajos.
Lo que pronto sería una cruenta guerra de monarquías también lo fue de proyectos: el librecambismo anglo-holandés frente al proteccionismo fisiócrata francés; la burguesía mercantil frente a la alianza de las aristocracias agrícola y cortesana; el vago proto-confederalismo de Viena frente a la centralización absolutista heredera del rey Sol; las periferias versus el centro de Europa.
Estas líneas divisorias acabaron encontrando partidarios, fieles y servidores en distintos lugares de la Península. Aunque fueron alianzas efímeras y variables, el reino de Castilla sintonizó más con el envite francés; el Principado de Cataluña, más mercantil, con las incitaciones austracistas.
Pero, al inicio, los catalanes acogieron al Borbón con entusiasmo, como ha historiado el gran especialista del momento, Joaquim Albareda (La guerra de sucessió i l’Onze de setembre, Empúries; y Política, economia i guerra,Barcelona 1700, Colecció La Ciutat del Born).
En efecto, ante las Cortes catalanas, reunidas en 1701 por vez primera desde 1599, ¡hacía un siglo! (lo que indica que el sistema funcionaba a poco gas), Felipe juró las Constituciones supervivientes de la Edad Media. Y otorgó un puerto franco a Barcelona, licencia para dos barcos anuales a América y otras libertades comerciales.
Pero, empujados por el síndrome antifrancés desde la reciente y frustrante anexión a Francia (entre 1640, cuando el incompetente canónigo/presidentPau Claris entregó el Principado a Luis XIII, y 1652, cuando, desengañados de París, los catalanes volvieron a la Corona hispánica); por la invasión de manufacturas galas y por algunas medidas despóticas del virrey, cambiaron de bando y se entregaron al archiduque, que les abandonó para ir a Viena y coronarse emperador.
Se había desatado una guerra internacional doblada de guerra civil: francófilos contra austracistas. Y una guerra civil dentro de la guerra civil: las clases industriales e ilustradas, con los Borbones desde Mataró; los componentes más humildes de los gremios, formando la Coronela, una milicia austracista derrotada y pasada a fuego, en Barcelona.
No fue pues una guerra de una nación contra otra, ni de independencia, ni de secesión, ni patriótica, sino que las leyes y Constituciones catalanas antiguas se usaron por ambos bandos como reclamo, lema, anzuelo o coartada cambiante. Trajo desastres, pero no destruyó el Principado. El final de la guerra catapultó a Cataluña a la revolución económica: primero agrícola-mercantil y luego proto-industrial, como asegura el maestro Pierre Vilar en Catalunya en l’Espanya moderna 

¿ LA CONSTITUCION DE 1978 ES HOSTIL A LOS CATALANES ?

La Constitución fue apoyada por 2,7 millones de catalanes, el 91,09% de los votantes en el referéndum constitucional del 6 de diciembre de 1978 , dos puntos por encima de la media; la rechazaron un 4,26%, frente al 7,89% de la media, con una participación del 67,91%. Fue, junto a Andalucía, la comunidad que más respaldo dio a la Constitución.
Resulta pues obvio que la superación del marco constitucional actual requeriría, al menos, una mayoría concurrente equivalente a la de entonces.


¿ HA FRACASADO LA AUTONOMIA?

En el desarrollo de la Constitución, el Estatut de 1979 (y su despliegue) estableció un sistema de autogobierno sin parangón en la historia de España. La oficialidad y el uso vehicular del idioma catalán permitieron su notable recuperación; se avanzó en la corresponsabilidad fiscal y en la recaudación de impuestos (pese a que el nacionalismo había rechazado al inicio de la democracia el sistema de concierto); se administraron las competencias básicas del Estado del bienestar (sanidad y educación), que fueron ampliándose a otras (prisiones, policía).
Y el aún más descentralizador Estatut de 2006 todavía profundizó en ese autogobierno. Incluso pese a que el Tribunal Constitucional lo recortó notablemente, en una polémica sentencia (2010) sobre un recurso del PP que marcó un antes y un después en la percepción sobre el (obstaculizado) encaje de lo catalán en lo español y sobre la (crecientemente radicalizada) política nacionalista, que consideró roto el subyacente pacto constitucional.
Aunque algunos de quienes más dicen lamentar lo que consideran la pérdida del Estatut, como Esquerra Republicana, habían hecho campaña en contra y habían pedido el voto negativo en el referéndum de 2006.
En cualquier caso, el tamaño del desengaño y la desafección fue superior al de la poda hecha en el texto: supresión de un artículo e incisos en otros 13 (sobre un total de 238) y reinterpretación de muchos otros. Pero su alcance cualitativo fue superior al cuantitativo: se descabezó la pretendida desconcentración del poder judicial y se laminaron competencias financieras importantes, así como aspectos simbólicos. En Cataluña se recibió lógicamente como un agravio que la legitimidad del tribunal primase sobre la voluntad popular ya expresada en el Congreso y en el referéndum previo a la sentencia.
Pese a esos reveses y a una panoplia de leyes recentralizadoras introducidas desde 2012 por el PP, el nivel de autogobierno alcanzado y consolidado en toda España (y singularmente en Cataluña) no constituye pues ni pantalla pasada ni motivo para pasarla. Al revés, incluso aunque pueda mejorarse, resulta formidable en términos comparativos internacionales: España es el séptimo país de la OCDE según el baremo del poder fiscal descentralizado; y el primero en intensidad de su descentralización entre 1995 y 2004 (Fiscal federalism, OECD, 2016).






EL DESAFÍO INDEPENDENTISTA CATALÁN

domingo, 24 de septiembre de 2017

El huracán político que está cambiando el mundo: la clase media

Publicado en EL PAIS el 23 Sept 2017

¿Qué tienen en común un agricultor de Iowa, un diseñador gráfico de Chile, un jubilado de Reino Unido y un trabajador en una cadena de montaje de China? Dos cosas: son miembros de la clase media de su país y están furiosos con sus gobernantes. Sus desilusiones están transformando la política y provocando acontecimientos sorprendentes, como la elección de Donald Trumpel Brexit, la defenestración de presidentes y una oleada mundial de protestas callejeras.
En muchos países del mundo desarrollado, la clase media está rebelándose contra el estancamiento o incluso el empeoramiento de su nivel de vida. La globalización, la inmigración, la automatización, las desigualdades, los nacionalismos y el racismo abren oportunidades para aventureros de la política que venden malas ideas como si fueran buenas.
Por supuesto que también hubo ricos y pobres que votaron por Trump en Estados Unidos y por el Brexit en Reino Unido, y que muchas personas de clase media votaron en contra en ambos casos. Sin embargo, no cabe duda de que, en los países ricos, y especialmente en EE UU, quienes tienen rentas medias forman el segmento que más perjuicios económicos está sufriendo.
Pero estas convulsiones no solo suceden en los países ricos. La clase media de Brasil, Turquía, China o Chile comparte las angustias que acosan a sus pares de Norteamérica y Europa occidental. La paradoja es que en las últimas tres décadas, cientos de millones de personas en Asia, Latino américa y África han salido de la pobreza y hoy forman parte de la clase media más numerosa de la historia. Pero esas personas tampoco están satisfechas y están protestando en las urnas y en las calles.
Investigadores y diversas instituciones como el Banco Mundial definen la clase media como una franja con unos límites de ingresos muy amplios por arriba y por abajo, que pueden ir de 11 a 110 dólares diarios. Y las convulsiones en este segmento de población no son nuevas. En 2011 escribí que “la principal causa de los conflictos que se avecinan no será el choque entre civilizaciones, sino la indignación generada por las expectativas frustradas de una clase media que está en declive en los países ricos, y en ascenso en los pobres”. “Es inevitable”, escribí, “que algunos políticos de los países desarrollados achaquen el declive económico de su clase media al despegue de otros países”. Y advertía de que la prosperidad no siempre significa más estabilidad política.
La dimensión y la velocidad de la expansión de las clases medias en el planeta han sido verdaderamente espectaculares. El economista Homi Kharas, experto en la clase media mundial, calcula en un reciente estudio que hoy pertenecen a ella 3.200 millones de personas, es decir, el 42% de la población total. Cada año se incorporan 160 millones más. Al ritmo actual de crecimiento, de aquí a unos años, la mayor parte de la humanidad vivirá, por primera vez en la historia, en hogares de clase media o superior.
Esa expansión ha tenido distinto alcance en diferentes países. Mientras que en EE UU, Europa, Japón y otras economías avanzadas la clase media crece a un mero 0,5% anual, en China e India ese mercado aumenta a un ritmo anual del 6%. Si bien ha alcanzado una dimensión sin precedentes en países como Nigeria, Senegal, Perú y Chile, la expansión de la clase media es un fenómeno especialmente llamativo en Asia. Según Kharas, los 1.000 millones de personas que se van a incorporar a la clase media en los próximos años vivirán, en su inmensa mayoría (¡un 88%!), en Asia.
Las consecuencias económicas son tremendas. En los países en vías de desarrollo, el consumo está creciendo entre un 6% y un 10% anual, y ya constituye un tercio de la economía mundial.
Las consecuencias políticas pueden ser igual de importantes. En Europa y en Estados Unidos son ya visibles en elecciones y referendos —Francia, Holanda, Reino Unido, Hungría, Polonia—, con la proliferación de candidatos y programas que antes eran impensables. Como escribió hace poco Bill Emmott, antiguo director de The Economist: “Vivimos en una era llena de turbulencias políticas. Sendos partidos con apenas un año de antigüedad se han hecho con el poder en Francia y en la enorme área metropolitana de Tokio. Un partido con menos de cinco años encabeza los sondeos en Italia. La Casa Blanca está ocupada por un neófito político, algo que causa un tremendo malestar entre los republicanos y los demócratas de toda la vida”.
Las turbulencias políticas también se hacen notar en países de rentas bajas y medias que están creciendo muy rápidamente. Cada vez que la clase media aumenta, sus expectativas y demandas lo hacen también. Unos actores sociales que están más conectados, que tienen más poder adquisitivo, tienen más educación e información, y son más conscientes de sus derechos, ejercen unas presiones inmensas sobre sus Gobiernos, que a menudo no tienen los recursos ni la capacidad institucional necesarios para responder a esas demandas.
Dichos países están empezando a mostrar fisuras similares a las de EE UU y Europa. En Chile —cuyos éxitos económicos lo han convertido hace tiempo en modelo para otras naciones y cuenta con una de las sociedades más estables de Latinoamérica— ha habido protestas violentas, abstención masiva en las urnas e incluso un asalto al Congreso porque los ciudadanos quieren expresar su decepción con un Gobierno que sienten que les ha fallado.
En China, los investigadores han observado que entre 2002 y 2011 se produjo una drástica caída de la confianza de la clase media en las instituciones legales, el Gobierno y la policía, a pesar de que fue un periodo de fuerte crecimiento y mejora de los programas sociales. El Gobierno chino está preocupado, sin duda. De hecho, muchos piensan que el vertiginoso crecimiento del país es un pilar fundamental de la estrategia de Pekín para aplacar a la clase media: ya que el Gobierno no te va a ofrecer una democracia constitucional, libertad de expresión y derechos humanos universales, al menos hará que tengas un mejor salario, o incluso que puedas enriquecerte. El riesgo es que una contracción económica prolongada podría desatar la agitación política que las autoridades tanto temen.
Los motivos del descontento en el mundo en desarrollo —a pesar de la mejora de los niveles de vida— son numerosos, pero sin duda el acceso a la información es un factor crucial. Las personas educadas e informadas son más difíciles de controlar. Es más, cuando miles de millones puede ver en su teléfono móvil cómo viven los demás, hay muchas más probabilidades de que se sientan insatisfechos con su situación. Seguramente piensan: “Trabajo tanto como ellos, así que también me lo merezco”. Ese “lo” pueden ser salarios más altos, sanidad más asequible, mejor educación para sus hijos, igualdad, mejores servicios públicos o libertad de expresión. Ahora bien, la “conectividad” barata y generalizada y la revolución de la información no son los dos únicos factores. También cuentan la urbanización, las migraciones, el aumento de las desigualdades, e incluso el nuevo entorno cultural y las expectativas sobre la corrupción, la autoridad y las jerarquías.
¿Qué va a pasar? El rechazo al “más de lo mismo” y los reacomodos políticos están siendo inevitables: Donald Trump y el Brexit no son más que dos manifestaciones, espoleadas en parte por la revuelta de las clases medias en los países ricos. La furia de la clase media en los países pobres y de rentas medias también está en ebullición. Sus consecuencias son imprevisibles.
Moisés Naím  miembro distinguido del Carnegie Endowment for International Peace. Su último libro es ‘El fin del poder’. Traducción de M. Luisa Rodríguez Tapia.