viernes, 13 de enero de 2017

La Película  EL SILENCIO en el cine CINESA ZARATAN



Película: Silence (Silencio). Dirección: Martin Scorsese. País: USA. Año: 2016. Género: Drama. Reparto: Liam Neeson, Andrew Garfield, Tadanobu Asano, Adam Driver, Ciarán Hinds. Guion: Jay Cockcs; basado en la novela “Chinmoku” (Silencio), de Shûsaku Endô. Música: Kathryn Kluge y Kim Allen Kluge. Estreno en España: 6 Enero 2017.






ACI PRENSA, 09 Ene. 17.-  La directora de Citizens for a Pro-life Society (Ciudadanos para una Sociedad Pro-Vida) y profesora de Teología en Madonna University en Michigan, escribió un exhaustivo análisis sobre el filme “Silence” (El Silencio) de Martin Scorsese, que trata sobre la persecución de misioneros católicos y sobre la crisis de fe de su protagonista en el Japón del siglo XVII.
El trailer oficial de la recién estrenada película de Martin Scorsese, Silence da la impresión de que trata sobre misioneros en Japón y de cómo los católicos sufrieron valientemente la persecución por el bien de la fe. Sin embargo, este no es el verdadero foco de esta inquietante película y los cinéfilos no deben ser atraídos hacia esa dirección.
Cualquiera que esté familiarizado con la obra cinematográfica de Scorsese sabe que se trata de un director de cine que, cuando se trata de asuntos religiosos, aportará ambigüedad y conclusiones inquietantes, y en ese sentido, Silence no decepciona. Esta película no se trata de mártires cristianos, sino de cristianos que evitan el martirio.
El filme adapta fielmente el libro ficticio y homónimo de Shusaku Endo. La historia se desarrolla en el siglo XVII, cuando los católicos sufrieron persecución bajo el shogunato Tokugawa. Dos jesuitas portugueses, los padres Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver), viajan a Japón para buscar a su mentor, el P. Ferreira (Liam Neeson), del cual se rumorea que apostató públicamente. Los jóvenes sacerdotes no pueden creer que su guía espiritual haría tal cosa, por ello están motivados a encontrar la verdad; y si Ferreira negó a Cristo, se sentirían obligados a salvar su alma.
Ellos son guiados en el país por el espiritualmente torturado japonés, Christian Kichijiro (Yosuke Kubozuka), que literalmente le confiesa a Rodrigues que es un apóstata. Cuando alguien es sospechoso de ser un cristiano, se ve obligado a pisar imágenes de Jesús o María talladas en bronce o en madera. Por esta negación de la fe generalmente se ahorra la tortura y la ejecución. Kichijiro escapó del sufrimiento al pisar una imagen, mientras que los miembros de su familia rechazaron negar a Cristo y fueron quemados vivos.
Los dos sacerdotes sirven fielmente a los católicos japoneses que se ven obligados a practicar su fe en secreto. Al ser privados de los sacramentos, se alegran de tener sacerdotes que les proporcionen alimento espiritual.
Sin embargo, no pasa mucho tiempo antes de que las autoridades descubran este nido de creyentes ocultos y seleccionen a cuatro para ser ejecutados. Es aquí, apenas a mitad de camino de la película, que Silence termina su narrativa sobre los mártires heroicos y se convierte en una película que explora el silencio de Dios en medio del sufrimiento, tal como lo experimenta su personaje principal Rodrigues.
Este no solo perturba a Garupe, sino también al público, cuando impulsa vigorosamente a los cristianos japoneses a "pisotear" el fumie (ndt. imagen de Cristo). ¿Cuál es la fuente de tal consejo? Para el idealista Rodrigues la práctica de la fe en una tierra extraña y en terribles condiciones suscitó en él interrogantes y confusiones respecto a la presencia de Dios. Comenzó a luchar con el aparente "silencio" de Dios. Es una debilidad de la película que exista poco desarrollo del carácter con respecto a esta crisis de fe.
La película es impulsada por el drama de los cristianos católicos: si van a defender su fe y enfrentar muertes terribles (de hecho es increíble el ingenio puesto sobre la tortura humana) o si pisotean a Cristo y escapan del terror.
En el corazón de este drama está la tensión creada por la propia lucha de Rodrigues para permanecer fiel aun mientras él, paradójicamente, insta e incluso reza para que otros nieguen a Cristo y sean perdonados. Más tarde, él incluso exhorta inútilmente al P. Garupe y a los católicos con quienes fue detenido, a apostatar.
Silence se centra en la apostasía como medio para evitar el sufrimiento. Rodrigues lo promueve varias veces en la película, pero solo cuando está en juego el sufrimiento de los demás. Curiosamente, mientras este camino es impulsado por otros, Rodrigues desea permanecer firme. Al inicio del filme narra que está enamorado del rostro de su Señor y por ello no podría pisotear su imagen.
Finalmente Rodrigues también es capturado con un pequeño grupo de compañeros católicos. Siendo prisionero las autoridades deciden que el mentor perdido, Ferreira, lo visite. Rodrigues se horroriza al oír de los mismos labios de su maestro que efectivamente apostató; los rumores eran ciertos.
Ferreira ahora vivía cómodamente como pupilo del estado, casado y con hijos. Practicaba el budismo y escribía de libros para el gobierno que desprestigiaban el cristianismo. Aquí es donde entra en juego otro nivel de ambigüedad propia de Scorsese. Ferreira le dice a Rodrigues que no hay verdaderos conversos japoneses. Más bien, todos los llamados cristianos japoneses nunca tuvieron realmente la fe; no creían en Jesús como Hijo de Dios, sin embargo creían que el verdadero "Hijo" era el orberojo que se levanta por la mañana.
Decía que solo eran un puñado de paganos, que cuando eran martirizados no morían por la fe en absoluto. No está claro si este discurso es entendido por el cineasta como una evaluación real del catolicismo japonés o si Ferreira simplemente está tratando de desmoralizar a su ex alumno. Si es lo primero, entonces ciertamente no hay cristianismo auténtico en Japón, los martirios son huecos y el espectador se ve obligado a lidiar con esta posibilidad. En cualquier caso, el ex mentor de Rodrigues se convenció al menos de que esto es cierto.
Rodrigues hace una buena pelea ante Ferreira, ante los representantes del Inquisidor e incluso el Gran Inquisidor mismo. Él es su trofeo. Golpee al pastor del rebaño y las ovejas se dispersarán, pero el medio de golpear al líder es golpear a las ovejas. Cuanto más se sostiene, más torturan a otros y en este conflicto Rodrigues experimenta el silencio de Dios como abandono.
En el clímax de la película, los cristianos japoneses son torturados horriblemente y Rodrigues se ve obligado a mirar. Si solo pisara el fumie colocado en el suelo, la tortura terminaría. Ferreira lo está instando, como Rodrigues mismo había instado a otros, a pisar el rostro de Jesús. Y, por supuesto, la apostasía, como en todos los demás casos, está relacionada con poner fin al sufrimiento humano. Es esta escena que hace de la película Scorsese un fracaso teológico.
Ferreira es el personaje de Judas, pero no está muy claro si este Judas funciona negativamente o positivamente. ¿Es este un Judas que trabaja contra Cristo? ¿Es este un Judas, como el del texto gnóstico ‘El Evangelio de Judas’ que en realidad ayuda a Jesús a cumplir su misión? Ferreira le dice a Rodrigues: "Si Cristo estuviera aquí, él apostataría por ellos" y "renunciar a tu fe es el acto más doloroso de amor". Entonces se oye la voz de Jesús desde la placa de bronce de Cristo crucificado que le dice a Rodríguez: ‘¡Pisame! Llevé esta cruz por tu dolor’. Con el permiso de Cristo, Rodrigues niega a su Señor. La apostasía, esta vez suya, detiene el sufrimiento de los demás, y los cristianos no son martirizados.
Este es el aspecto más preocupante de Silence. Jesús da permiso para traicionarlo, da a los cristianos permiso para fracasar en su testimonio. Haría una gran diferencia si la película tiene la intención que se trate de la voz de Cristo dirigida Rodrigues o si la voz es solo algo que Rodrigues creó en su propia cabeza. En opinión de esta revisora, Scorsese pretende que esta sea la voz de Cristo que despeja el camino hacia el fracaso.
 En primer lugar, técnicamente hablando, es un sonido que proviene fuera de Rodrigues, que emana de la imagen hacia él. La voz no se presenta como algo que viene del interior de la conciencia de Rodrigues.
¿Por qué Scorsese, basado en Endo, nos da un Cristo que provee a sus seguidores permiso para fracasar? Puesto que Rodrigues recomienda la apostasía solo para evitar el sufrimiento, se podría concluir que el sufrimiento triunfa sobre la fe, que para el bien de evitar el dolor horrible, la negación de Cristo es justificada, ya que es Jesús quien lleva esta cruz por tu dolor. La ética es contraria a la fe cristiana y la moral, es decir, hacer el mal por el bien.
También se podría concluir que este Jesús es una teología en la cual su sufrimiento no tiene ningún valor. Los seres humanos, debido a su naturaleza pecaminosa inherente, fracasarán inevitablemente, a pesar de todos los objetivos elevados y las expectativas personales; y al final, todo lo que importa es la presencia silenciosa de Dios para aquellos que sufren.
Sin embargo, este es un mensaje cristiano insuficiente, especialmente cuando se considera que a los ojos de Dios el sufrimiento humano tiene valor salvífico, como decía el propio San Pablo: "Aun ahora encuentro mi gozo en el sufrimiento que soporto por vosotros. En mi propia carne lleno los sufrimientos de Cristo por causa de su cuerpo, la Iglesia".
O cuando Rodrigues pisa a Jesús, esto está destinado a ser de hecho el "acto más doloroso de amor" al rendirse de su propio ideal en aras de salvar a otros. Sin embargo, esta interpretación se debilita seriamente por el hecho de que él se vuelve miserable después y durante décadas seguirá realizando repetidos actos de apostasía.
Sin embargo, si la voz es justamente la justificación de Rodrigues para negar a Cristo, entonces es un verdadero apóstata y la película funciona como un cuento de la presencia permanente de Dios para todos los que sufren y el sufrimiento de los mártires, así como también para Rodrigues y Kichijiro, atormentados por el remordimiento y la culpa por su fracaso.
Jesús está allí silenciosamente en el sufrimiento de todos, como la "voz" de la imagen dice: "Yo llevé esta cruz por tu dolor". Y esto funciona bien cuando uno considera que Kichijiro comete apostasía una y otra vez, e incluso es un Judas que traiciona a Rodrigues ante las autoridades.
Sin embargo, siempre busca al sacerdote que confiese sus pecados para recibir la absolución. Y ciertamente la misericordia existe para aquellos que fallan. Silencio ilustra conmovedoramente este punto. De hecho, Rodrigues sigue a Ferreira, quien irónicamente terminó de guiarlo a la vida de un sacerdote apóstata. Pero mucho después de que Rodrigues abandone el sacerdocio, Kichijiro lo encuentra y le ruega que escuche su confesión, y Rodrigues vuelve a darle la absolución por la que anhela.
Excepto por Cristo diciéndole a Rodrigues que "lo pise" esta escena de perdón sería el clímax de la película, y por lo tanto Silence trataría sobre la presencia silenciosa de Dios para todos, incluso a aquellos que fracasan. Pero este posible clímax se ve abrumado por el inquietante permiso de Cristo a fracasar.
La primera escena culminante sumerge la película de Scorsese en una soteriología problemática y errónea. El final de la película intenta mostrar un cierto nivel de redención para Rodrigues quien aparentemente permaneció como cristiano en privado, pero no es lo suficientemente poderoso para superar una representación de Cristo que conduce a su fiel servidor a negarlo.
Esta película examina seriamente temas e ideas cristianas. Pero, ¿debería ser este filme necesariamente llamado una película cristiana? Yo creo que no. Una película cristiana no puede simplemente explorar, sino que debe concluir de una manera que sea consistente con el mensaje del evangelio, aunque sea poco convencional, provocativa o presentada de manera innovadora.
Debe haber el Cristo de los Evangelios que, en lugar de ordenar a sus fieles seguidores que lo pisoteen, los llama a seguirlo hasta la Cruz. El Cristo que más bien asegura a sus fieles: "De la copa que bebo de vosotros beberéis; y seréis bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado”.
Los creyentes que esperan una película que explore las ideas cristianas desde un contexto cristiano auténtico, no deberían verla. Silence tampoco debe ser visto por los jóvenes, o aquellos cuya fe no es fuerte como la teología compleja, inteligente y seductora de esta película.
Sin embargo, si usted es un cristiano maduro buscando una película finamente elaborada, bien actuada, inquietante que provoca pensamiento y debates, entonces Silence es para usted. Que empiece el debate.

ACI PRENSA, LOS ANGELES, 02 Ene.17
Mons. Robert Barron, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Los Ángeles, hace la siguiente crítica sobre el filme:
El catolicismo de Scorsese, aunque mitigado y en conflicto, inspira la mayor parte de su obra. Su filme más reciente, el tan esperado Silence, basado en la novela homónima de Shusaku Endo, es una adición digna a su filmografía. Al igual que muchas de sus otras películas, está marcada por una magnífica cinematografía, excelentes actuaciones tanto de actores principales como de actores secundarios, una narrativa apasionante y suficiente complejidad temática para mantenerte pensando en el futuro previsible.
La historia se desarrolla a mediados del siglo XVII en Japón, donde está en marcha una feroz persecución contra la fe católica. A este peligroso país llegan dos jóvenes sacerdotes jesuitas (interpretados por Adam Driver y Andrew Garfield), descendientes espirituales de San Francisco Javier que son enviados a encontrar al P. Ferreira, su mentor y profesor de seminario que, según los rumores, había apostatado bajo tortura y, en realidad, había pasado al otro lado.
Inmediatamente al llegar a tierra, son recibidos por un pequeño grupo de cristianos japoneses que habían mantenido su fe bajo tierra durante muchos años. Debido al peligro extremo, los jóvenes sacerdotes se ven obligados a esconderse durante el día, pero pueden participar en el ministerio clandestino por la noche: bautizando, catequizando, confesando, celebrando la Misa. Sin embargo, en poco tiempo las autoridades se dieron cuenta de su presencia y empezaron a sospechar de los cristianos locales, a quienes rodearon y torturaron con la esperanza de atraer a la luz a los sacerdotes.
La escena más memorable de la película, al menos para mí, fue la crucifixión en el mar de cuatro de estos valientes creyentes laicos, quienes atados a unas cruces en la orilla, son golpeados por la marea hasta ahogarse en el transcurso de varios días.
Posteriormente, sus cuerpos se colocan en piras de paja y son quemados hasta convertirse en cenizas, apareciendo para todo el mundo como holocaustos ofrecidos al Señor. Con el tiempo, los sacerdotes son capturados y sometidos a una forma única y terrible de tortura psicológica.
La película se centra en las luchas del P. Rodrigues. Como cristianos japoneses, hombres y mujeres que habían arriesgado sus vidas para protegerlo, son torturados en su presencia y se le invita a renunciar a su fe para poner fin al tormento. Con tan solo pisotear una imagen cristiana, realizar un mero signo externo o una formalidad vacía, liberaría a sus colegas del dolor, pero como buen guerrero, se niega.
Incluso cuando un cristiano japonés es decapitado, no se rinde. Finalmente, y es la escena más devastadora en la película, es llevado ante el P. Ferreira, el mentor que había estado buscando desde su llegada a Japón.
Todos los rumores eran ciertos: este antiguo maestro de la vida cristiana, este héroe jesuita, renunció a su fe, tomó una esposa japonesa y vivía como una especie de filósofo bajo la protección del Estado.
Utilizando una variedad de argumentos, el sacerdote en desgracia trata de convencer a su ex alumno de que abandone la misión de evangelizar en Japón, país que denominó como un "pantano" donde la semilla del cristianismo nunca puede arraigar.
Al día siguiente ante la presencia de cristianos terriblemente torturados, colgados al revés dentro de un pozo lleno de excrementos, se le da nuevamente la oportunidad de pisar una representación del rostro de Cristo.
En el apogeo de su angustia, resistiendo desde el fondo de su corazón, Rodrigues oye lo que él cree que es la voz de Jesús mismo, y finalmente rompe el silencio divino diciéndole que pisotee la imagen. Cuando lo hace, un gallo canta a la distancia.
A raíz de su apostasía, sigue las huellas de Ferreira y se vuelve un pupilo del Estado, un filósofo bien alimentado y bien provisto, a los que regularmente se les llama a pisar una imagen cristiana y renunciar formalmente a su fe. Luego, toma un nombre japonés, una esposa japonesa y vive por muchos años en Japón hasta el día su muerte a la edad de 64, recibiendo un entierro en una ceremonia budista.
¿Qué debemos hacer ante esta historia extraña e inquietante? Como cualquier gran película o novela, Silence obviamente resiste una interpretación unívoca o unilateral. De hecho, casi todos los comentarios que he leído, especialmente de gente religiosa, enfatizan cómo Silence trae maravillosamente la compleja, acodada y ambigua naturaleza de la fe.
Reconociendo plenamente la profunda verdad psicológica y espiritual de esa afirmación, me pregunto si podría añadir una voz algo disidente a la conversación. Me gustaría proponer una comparación, totalmente justificada por los instintos de un soldado llamado Ignacio de Loyola, que fundó la orden jesuita a la que pertenecían todos los misioneros de Silence.
Supongamos que un pequeño equipo de operaciones especiales americanas altamente entrenadas es colocado detrás de las líneas enemigas para una misión peligrosa.
Supongamos, además, que fueron ayudados por civiles leales en el terreno, quienes finalmente son capturados y demuestran estar dispuestos a morir antes que traicionar la misión.
Supongamos, finalmente, que las propias tropas son finalmente detenidas y, bajo tortura, renuncian a su lealtad a los Estados Unidos, se unen a sus oponentes y viven una vida cómoda bajo los auspicios de sus antiguos enemigos. ¿Estaría alguien ansioso de celebrar las complejas capas y la rica ambigüedad de su patriotismo? ¿No los veríamos directamente como cobardes y traidores?
Mi preocupación es que toda la tensión en la complejidad, multivalencia y ambigüedad está al servicio de la élite cultural de hoy, que no es tan diferente de la élite cultural japonesa representada en la película.
Lo que quiero decir es que el establishment secular siempre prefiere a los cristianos vacilantes, inseguros, divididos y ansiosos por privatizar su religión. Y está demasiado dispuesto a desechar a las personas apasionadamente religiosas tildándolas de peligrosas, violentas, y seamos realistas, no tan brillantes.
Revisa el discurso de Ferreira a Rodrigues sobre el supuesto cristianismo simplista del laicado japonés si dudas de mí en este punto. Me pregunto si Shusaku Endo (y quizás Scorsese) nos estaba invitando a apartar la mirada de los sacerdotes y redirigirla a ese maravilloso grupo de piadosos, dedicados y pacifistas laicos que mantuvieron viva la fe cristiana bajo las condiciones más inhóspitas imaginables, y que en el momento decisivo, presenciaron a Cristo con sus vidas.
Mientras que los especialmente entrenados Ferreira y Rodrigues se convirtieron en lacayos pagados de un gobierno tiránico, simples personas que seguían siendo una espina en el lado de la tiranía.
Lo sé, lo sé. Scorsese muestra el cadáver de Rodrigues dentro de su ataúd sosteniendo un pequeño crucifijo, lo que prueba, supongo, que el sacerdote permaneció en cierto sentido cristiano.
Pero otra vez, esa es justamente la clase de cristianismo que la cultura reinante tiene gusto: totalmente privatizado, escondido, inofensivo. Así que bien, tal vez un medio trago para Rodrigues, pero tres tragos con los vasos llenos por los mártires crucificados en la playa.

Personalmente la película me produjo un gran desasosiego. Te deja absolutamente noqueado. Considero que es una película que va a crear mucha confusión y no seria recomendable para personas sin una fe madura. El silencio de Dios se nos da todos los días ante cualquier revés de la vida. Hay personas que se revelan y no lo entienden, pero es asi. Recurdo aquello que se contaba de uno que le se quejaba a Dios de no haberle socorrido cuando le llamo muchas veces y Dios le contesto que si recordaba las huellas de pasos detrás suya , pues eran las mias. Tendría que volver a verla para profundizar en detalles y en conversaciones.


EL MISTERIO DE UN DIOS SILENCIOSO por Jose Maria Rodríguez Olaizola SJ. Publicado en Facebook el 12 de Enero de 2017.
¿Por qué, si Dios es bueno, permite el sufrimiento de sus hijos? ¿Por qué calla? ¿Por qué no se hace más visible? ¿Por qué ante la duda no se manifiesta? ¿Por qué la única respuesta a nuestras plegarias es su silencio? ¿Por qué un Dios omnipotente no es un Dios evidente? Estas preguntas no son nuevas. Son universales. Hombres y mujeres de todas las épocas y culturas se enfrentan, en algún momento, con la dureza del silencio de Dios y con las afiladas aristas de estos interrogantes. Nos muerden. Nos descolocan. Son el punto sin retorno de la fe. Son el lugar en el que se estrella nuestra duda, y donde naufragan nuestras certezas.
Caben dos respuestas:
1) No habla porque no está. No existe. Es tan solo un anhelo, una búsqueda desesperada de sentido, de seguridad, de un horizonte que nos permita creer que la vida es algo más que esto de ahora. Pero por más que nos empeñemos nunca lo oiremos porque no existe. La vida solo es esto. Nosotros, nuestra inteligencia, nuestra creatividad, nuestra capacidad de amar y de odiar, de hacer el bien y de herir, somos tan solo fruto de la casualidad, de una improbable evolución que, sin embargo, ocurrió. Y aquí estamos, fantaseando sobre un creador que nos quiere, que da sentido a nuestra vida y que hasta nos hace creer que tras la muerte hay algo más; porque nos da miedo sentirnos solos y abocados a la desaparición.
2) Dios habita en el silencio. O es silencio tanto como palabra. Su capacidad creadora, su intención volcada en nosotros; su deseo de encuentro; su vaciarse en unos seres que estaríamos creados a su imagen y semejanza… Todo ello pasa por una libertad que da vértigo. Un Dios que impusiese su verdad, su evidencia, su poder, no sería un Padre, sino un dueño. No estaríamos creados a su imagen, sino como pobres marionetas obligadas a obedecer a su voz. El silencio es el precio de la libertad y de nuestra necesidad de conquistar lo que, juntos, podemos llegar a ser. La fe cristiana da un paso más y ha reconocido que si, de alguna manera, podemos intuir una palabra de Dios, no será rompiendo lo que somos, sino en nuestra historia, en nuestro lenguaje, en nuestra humanidad, palabra encarnada o palabra inspirada.
He ahí el dilema. ¿El silencio es ausencia o es reto? ¿Es negación o es llamada? ¿Es vacío o es el camino? Ante ese dilema, en esa encrucijada, hay un punto de dolorosa incertidumbre al elegir. Porque negar a Dios deja muchas preguntas abiertas, sobre el origen, el sentido, la posible finalidad de lo que somos. Pero afirmarlo no resuelve muchas otras.
Esta es la angustia, la desolación, la incertidumbre y la pregunta del Padre Rodrigues, enfrentado al silencio de Dios ante el sufrimiento de un pueblo golpeado. Un Dios que sigue callado en Siria, en el Mediterráneo, en los infiernos de la droga, en los burdeles de Tailandia, en los hogares donde hay malos tratos. ¿O acaso su Palabra ya está dicha?.

¿Qué significado tiene un gesto que no es libre? ¿Qué valor tiene la negación cuando es obtenida por la fuerza, con amenazas, o como precio para salvar a otros del sufrimiento? Otro de los terribles dilemas que se plantea en “Silencio” es ese: ¿Qué es más cristiano? ¿Afirmar la fe, caiga quien caiga, o negarla y aliviar la tortura, propia, o de otros? En “Silencio” aparecen todas las respuestas. El mártir que da la vida. El que apostata. El que niega y se arrepiente una y otra vez. El que lo justifica. El que se resiste. Y hasta el enigma de no saber qué pasa en el interior de las personas que han pasado por una situación así.
Pienso que el dilema sobre lo que debe hacerse en esta situación es “teórico”. Por teórico no quiero decir irreal ni falso. Lo único que quiero decir es que solo podemos reflexionar y discutir sobre lo que creemos que debería hacerse en una situación así. Porque a la hora de la verdad, pienso que ninguno, ni los más convencidos o firmes, ni los más inseguros, sabemos cómo reaccionaríamos ante una situación de tortura, un chantaje existencial o afectivo tan límite como el que ha de afrontar el padre Rodrigues (apostatar para evitarle el sufrimiento a otros, o mantenerse firme y aceptar las consecuencias).
Ninguno podemos prever con una seguridad del 100% cómo reaccionaríamos. Tal vez podemos intuir cómo querríamos comportarnos. Pero puede que a la hora de la verdad, el más soberbio de los hombres sea el más vulnerable (algo de eso afirma uno de los torturadores en “Silencio” al decir, tras interrogar al padre Rodrigues, “es arrogante, así que se rendirá”). Y quizás el que podría creerse más débil puede encontrar, en una encrucijada, unas fuerzas, una resistencia o una dignidad que ni imaginaba tener. La realidad va mucho más allá de nuestras teorías.
Entonces, dicho esto, lo que sí brota, tras ver silencio, es la discusión teórica. “¿Tú qué harías?” “¿Tú qué crees que habría que hacer?”. Seguro que más de un grupo de amigos nos hemos enzarzado en ese diálogo tras salir de la película.
Por una parte, quien afirma que habría que resistir, y negarse a apostatar, lo hace con el argumento de la libertad radical del ser humano, una libertad que ha de ser también libertad religiosa, para creer y vivir de acuerdo con esa fe. Y con el argumento del testimonio y su influencia en otras personas. ¿Qué van a pensar los cristianos de las villas de Japón si sus sacerdotes, que les han hablado de Cristo crucificado, sin embargo no son capaces de afrontar su propia cruz? Este dilema se plantea con claridad en la película. (y sigue planteándose hoy en muchos contextos a los cristianos perseguidos).
En el otro extremo, está quien defiende que no habría que empeñarse en esa resistencia, dado que es evidente la coerción –y por tanto, la falsedad- de cualquier declaración obtenida por la fuerza. Y, en el caso de “Silencio”, con el agravante de la tortura a terceros como consecuencia de dicha resistencia. ¿Es legítimo argumentar desde ahí? ¿No es puro utilitarismo? .


Publicado en L'Osservatore Romano el 11 Enero de 2017 por  Juan Manuel De Prada
En 1988, Martin Scorsese leyó con admiración y sobrecogimiento Silencio, una novela del escritor católico japonés Shūsaku Endō (1923-1996). En seguida supo que algún día tendría que hacer con ella una adaptación cinematográfica, que sin embargo se dilataría durante tres décadas, por diversos problemas financieros y artísticos. Silencio se trata, en su aparente sencillez y despojamiento, de una obra extraordinariamente compleja, no exenta de similitudes con El poder y la gloria, de Graham Greene. Publicada en 1966, se convertiría pronto en epicentro de una agitada controversia, por tratar el espinoso asunto de la persecución sufrida por los cristianos nipones desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, con hitos tan dramáticos como la expulsión de todos los misioneros (1614) o la llamada Rebelión Shimabara (1637-38), que tras ser salvajemente sofocada daría lugar al “período Sakoku”, en el que el culto cristiano fue por completo prohibido. Sobre este desgarrador telón de fondo traza Endō la peripecia de Silencio, que recrea libremente la historia del jesuita portugués Cristóvão Ferreira (1580-1650), quien llegara a ser provincial en el Japón y a sufrir terribles torturas durante la época de persecución más sangrienta, antes de apostatar y adoptar el nombre de Sawano Chuan. La figura de Ferreira se convierte –a imitación del Kurtz de Joseph Conrad-- en el corazón tenebroso de la novela de Endō, en la que se narra la odisea de dos jóvenes jesuitas, los padres Sebastião Rodrigues y Francisco Garupe, que viajan desde Macao al Japón, dispuestos a conocer la verdad sobre su superior.

Algunos detractores de Endō han juzgado que Silencio es una novela “ambigua” en términos religiosos, por postular una vivencia privada de la fe y señalar la inutilidad del martirio. Pero se trata de una lectura simplista que la propia complejidad moral y teológica de la novela desmiente. La novela de Endō nos muestra el combate de la fe en circunstancias de sufrimiento extremo, allá donde la capacidad de resistencia humana se enfrenta al silencio de Dios. Desde luego, no hallamos en ella esa moralina edulcorada que tanto gusta a cierto catolicismo emotivista, tan propenso a brindar soluciones netas y facilonas (también irreales) a las cuestiones más delicadas y desgarradoras. Silencio es una novela que –como pedía Flannery O’Connor al artista católico—se adentra en “un territorio que es en gran medida propiedad del Enemigo” y se enfrenta al problema del Mal y del sufrimiento, mostrando sin ambages las tribulaciones de la fe en medio de una persecución crudelísima. Hay pasajes en la novela de una crudeza que nos hiela la sangre en las venas, en los que Endō nos describe los tormentos a los que fueron sometidos los mártires japoneses. Y hay pasajes de una potencia espiritual y una condensación teológica sublimes, en los que se exalta la heroicidad y la grandeza del martirio. Pero también hay en la novela un esfuerzo por comprender las flaquezas de quienes claudican por falta de valor, como el personaje a la vez bufonesco y trágico de Kichijiro, un truhán que una y otra vez niega a Cristo y delata a otros cristianos, pero una y otra vez reclama y encuentra perdón en el padre Rodrigues, a quien vuelve como un perrillo sin amo. Porque Cristo, en efecto, quiso salvar también a Judas, sabiendo que en todo Judas alienta un potencial Pedro. Así lo expresa el padre Rodrigues, en un pasaje especialmente revelador de la novela: “Cristo, en la Última Cena, le dijo a Judas: ‘Sal, ve y haz lo que tengas que hacer’. Ni aun ahora que soy sacerdote he podido captar bien el sentido de esas palabras. ¿Qué sentiría Cristo al lanzar esas palabras a la cara del hombre que le iba a vender por treinta piezas de plata? ¿Las diría con ira y con odio? ¿O serían más bien palabras nacidas del amor? Si eran palabras de ira, Cristo en ese momento estaba negando la salvación a este solo hombre entre todos los hombres del mundo. Judas habría recibido de lleno el ramalazo de la ira de Cristo y no se habría salvado; y el Señor habría abandonado a su suerte a un hombre caído para siempre en el pecado. Pero eso no podía ser. Cristo trató de salvar incluso a Judas. De no ser así, no tiene sentido que lo hiciera uno de sus discípulos”.
Silencio nos enseña que la misericordia de Dios también comparte el sufrimiento de quienes reniegan de él; pues, como leemos en otro pasaje de la novela: “¿Quién puede asegurar que los débiles hayan sufrido menos que los fuertes?”. Pero sin duda el aspecto más controvertido de la novela de Endō –y de la película de Scorsese— es la solución final que adoptan los padres Ferreira y Rodrigues, que apostatan públicamente y prosiguen su labor evangelizadora en la clandestinidad. No se trata, ni mucho menos, de una vivencia privada y comodona de la fe, sino de una dolorosa renuncia a propagar en los terrados el Evangelio, a cambio de evitar el exterminio de sus hermanos. La novela de Endō, en fin, nos propone una reflexión sobre la llamada “disciplina del arcano”, que tiene un evidente fundamento evangélico: “No deis a los perros lo que es santo; no echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas y después, volviéndose, os despedacen” (Mt 7, 6). El propio San Agustín recomendaba a sus fieles que, para evitar la reacción furibunda de los paganos, ocultasen por prudencia sus creencias. Dios no quiere que rehuyamos el martirio; pero mucho menos quiere que nos arrojemos al martirio insensatamente, o que nuestra insensatez arroje al martirio a nuestros hermanos. Por supuesto, esta disciplina del arcano puede ser la coartada perfecta para los cobardes que callan y otorgan, deseosos de obtener las recompensas que ofrece el mundo, mientras los valientes son sacrificados; pero esta no es la tesis que se defiende en Silencio, donde en todo momento se nos presenta la fingida apostasía de los protagonistas como un trágico acto de amor a sus feligreses.
Antes de que Scorsese adaptara para la gran pantalla Silencio ya lo había hecho Masahiro Shinoda en Chinmoku (1971), una obra de grandes cualidades fílmicas que, sin embargo, desvirtúa por completo el sentido de la novela, al pretender que el padre Rodrigues, tras apostatar, se deja arrastrar por la desesperación (como se deduce de una desafortunadísima secuencia final). La versión de Scorsese, por el contrario, es escrupulosamente fiel al original, tanto en la forma como en el fondo. Para traducir en imágenes el despojamiento de la prosa de Endō, Scorsese ha renunciado casi por completo al acompañamiento musical (lo que puede hacer un tanto árida la película para el espectador medio) y elegido un tempo pausado (incluso muy pausado, para los usos frenéticos del seudocine actual), así como un recurso discutible, pero extraordinariamente eficaz, que consiste en contar la historia renunciando a truculencias y efectismos, incluso adoptando una mirada que se finge neutral y que, en algunos momentos (por ejemplo, en la secuencia de la muerte del padre Garupe) puede resultarnos fría o distanciada. No creemos que lo sea en modo alguno; y mucho menos que tal aparente frialdad pueda interpretarse como un distanciamiento respecto al sufrimiento de los mártires: la hermosísima y terrible secuencia en la que se nos muestra la lenta muerte de los cristianos que han sido crucificados a la orilla del mar, para que la marea alta los ahogue lentamente, no deja sombra duda de la postura reverencial del director. Pero, sin duda, aún resulta más admirable el escrupuloso respeto que Scorsese muestra por el argumento y las intenciones de Endō, sin hacer ninguna concesión al espíritu incrédulo de nuestra época. Así, por ejemplo, el padre Rodrigues (magníficamente interpretado por Andrew Garfield, que encarna a la perfección la mezcla de ardor religioso y fragilidad del personaje de Endō) escucha, nítida y resonantemente, la voz de Cristo (no la voz de su conciencia) cuando finalmente decide pisar el fumie que se le ofrece, para salvar la vida de otros cristianos: “Písame… Yo he venido al mundo para que vosotros me piséis, he cargado con la cruz para compartir vuestro dolor”.
Scorsese, en fin, refleja fidelísimamente la intención de Endō en el tramo final de la película, donde la voz narradora (que hasta entonces ha monopolizado el padre Rodrigues) adopta en la novela un tono notarial y algo críptico, para insinuarnos que el protagonista ha seguido evangelizando en secreto a los vigilantes que se encargan de su custodia. Scorsese añade explicitud a lo que Endō apenas insinúa: nos permite ver sin ambages cómo Ferreira hace la vista gorda ante la introducción en el Japón de objetos cuya significación católica pasa inadvertida a las autoridades; nos permite ver sin ambigüedades cómo Rodrigues escucha en confesión a Kichijiro, su delator, y le perdona los pecados; y, en fin, nos brinda un arrebatador plano final que –naturalmente—no desvelaremos, en el que se nos confirma del modo más elocuente que Cristo nunca ha abandonado al protagonista, y que el protagonista no ha cesado de predicar el Evangelio entre las personas que lo han acompañado.
Silencio es la elocuente película de un artista descomunal y un católico que, como Flannery O’Connor, no vacila en adentrarse en territorio enemigo para medirse con los demonios que asaltan a dentelladas la fe. Y, adentrándose en ese territorio, logra remover nuestra fe fofa o mortecina y nos permite escuchar la voz amorosa de Cristo, resonando como un hosanna eterno en nuestro interior, compartiendo nuestro dolor y perdonando a cada instante nuestras flaquezas y desfallecimientos.


Como se puede ver hay opiniones para todos los gustos. Gracias a Dios somos libres y la libertad de pensamiento se palpa en estos escritos.




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